Seguiré, entonces. No estoy dispuesto tampoco a represar el poco tino reflexivo que me queda, a obligarlo a extinguirse en función de una monomanía: la monomanía de no estar, de irse. De modo que hago esto que no sé hacer, haciendo esto otro que sé hacer tan bien: fingir que trabajo. Ya me ha pasado.
Y sin embargo ese andar sobre el filo de los fracasos ahora se troca directamente en rebanarse grandes trozos de cuerpo en cada caída, en matarse verdaderamente de a pocos, en quedar cada vez más maltrecho, hasta que por fin algo pase, hasta que por fin el desastre sea tan grande como para poder reanimar la posibilidad de argumentar en contra.
En contra de la vida: ya se ha hecho. En contra de su inopinada extensión, ya se ha hecho. En contra de su impostura, no tanto pero también. En contra de las meras ganas de recorrerla, poco, en verdad. Pero la vida se defiende sola: toda ella es wishful thinking.
Me pregunto por el rigor: me pregunto si alguna vez volveré a usar esta palabra sin envidia. ¿Qué hay en el rigor que me resulta inalcanzable? Esta distancia ha gobernado mi vida. La perfección destruyó mis ganas de alcanzarla; lograr algo menos que la perfección siempre me pareció desmotivador, y el resultado de cuarenta años de esta convicción tóxica he sido yo: tal cual soy ahora.
miércoles, 24 de octubre de 2007
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