jueves, 14 de mayo de 2020

REGAR A LA MONA



Así sería, digamos, un sueño típico mío. Sueño un cuento en el que todos los personajes son el mismo. Ese es el título del sueño. Ahora bien, no es un cuento (aunque con un poco de trabajo podría darle esa forma) y en él, sea lo que sea, es falso que todos los personajes sean el mismo. Hay un puñado de personajes, y no es posible, ciertamente, que uno solo sea más de dos o tres de ellos; pero tal es la premisa del sueño y hay que seguir su extraña lógica por donde nos lleve. La primera escena nos muestra a una señora, muy agitada, entrevistada por un canal de noticias. Está haciendo declaraciones acerca de la víctima de un terrible accidente. Al rato, por las preguntas de la reportera, comprendemos que la víctima es una joven chimpancé. La señora es dueña de la pobre chimpancé, que tiene (no sabemos la razón de esto) el rostro hecho pedazos. Al rato entendemos que aquella escena sucedió hace semanas, y que se nos muestra como contexto porque hoy se retiran los vendajes de la cirugía reconstructiva que un grupo de talentosos cirujanos veterinarios hizo al pobre animal. Un señor mira distraídamente la noticia en la pantalla de su televisor, mientras intenta regar unos geranios en el antepecho de su ventana. En el sueño, tenemos la certeza de que a este señor en particular los geranios siempre se le mueren, y que hace algún tiempo está convencido de que habita en un universo diferente al de los demás, en el que no se supone que sus geranios sobrevivan. Se retira el último vendaje, la mona sonríe con sus enormes encías reconstruídas. El señor arranca unas hojas muertas, las reúne en el cuenco de su mano, las contempla. ¿Por qué es posible curar a una chimpancé pero no hacer prosperar a una planta en maceta? ¿Por qué, se pregunta el señor mientras se deshace de los restos, es posible matar exitosamente a un ser humano cuando un hato de médicos opera el rostro de una mona? Entonces recordamos que el señor somos nosotros mismos: que somos el asesino a sueldo contratado por el otro señor, nosotros mismos, para matar a la señora dueña de la chimpancé, y que algo salió mal con esa explosión, que no contamos con que la chimpancé abriría el paquete… Y entonces las últimas preguntas quedan colgando en el aire: ¿por qué ni siquiera fui más eficaz en matar a la mona que en regar mis plantas? ¿Acaso habito un universo en el que, por el contrario, regar a la mona puede hacer vivir a mi geranio?


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