Así
sería, digamos, un sueño típico mío. Sueño un cuento en el que todos los personajes son el mismo. Ese es el
título del sueño. Ahora bien, no es un cuento (aunque con un poco de trabajo
podría darle esa forma) y en él, sea lo que sea, es falso que todos los
personajes sean el mismo. Hay un puñado de personajes, y no es posible,
ciertamente, que uno solo sea más de dos o tres de ellos; pero tal es la premisa
del sueño y hay que seguir su extraña lógica por donde nos lleve. La primera
escena nos muestra a una señora, muy agitada, entrevistada por un canal de
noticias. Está haciendo declaraciones acerca de la víctima de un terrible
accidente. Al rato, por las preguntas de la reportera, comprendemos que la
víctima es una joven chimpancé. La señora es dueña de la pobre chimpancé, que
tiene (no sabemos la razón de esto) el rostro hecho pedazos. Al rato entendemos
que aquella escena sucedió hace semanas, y que se nos muestra como contexto
porque hoy se retiran los vendajes de la cirugía reconstructiva que un grupo de
talentosos cirujanos veterinarios hizo al pobre animal. Un señor mira
distraídamente la noticia en la pantalla de su televisor, mientras intenta
regar unos geranios en el antepecho de su ventana. En el sueño, tenemos la
certeza de que a este señor en particular los geranios siempre se le mueren, y
que hace algún tiempo está convencido de que habita en un universo diferente al
de los demás, en el que no se supone que sus geranios sobrevivan. Se retira el
último vendaje, la mona sonríe con sus enormes encías reconstruídas. El señor
arranca unas hojas muertas, las reúne en el cuenco de su mano, las contempla. ¿Por
qué es posible curar a una chimpancé pero no hacer prosperar a una planta en
maceta? ¿Por qué, se pregunta el señor mientras se deshace de los restos, es
posible matar exitosamente a un ser humano cuando un hato de médicos opera el
rostro de una mona? Entonces recordamos que el señor somos nosotros mismos: que
somos el asesino a sueldo contratado por el otro señor, nosotros mismos, para
matar a la señora dueña de la chimpancé, y que algo salió mal con esa explosión,
que no contamos con que la chimpancé abriría el paquete… Y entonces las últimas
preguntas quedan colgando en el aire: ¿por qué ni siquiera fui más eficaz en
matar a la mona que en regar mis plantas? ¿Acaso habito un universo en el que,
por el contrario, regar a la mona puede hacer vivir a mi geranio?
jueves, 14 de mayo de 2020
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