lunes, 22 de octubre de 2018

Tamal de chancho, para desconcertar


Ser yo.

Ser. Yo. Hay algunas cosas qué hacer para llegar a este punto. Quizás, primero que nada (y esto ya será ser en parte yo mismo) preguntarse por la merosidad del lapicero, pensarlo bien, empuñar el 031 Fine y consagrarse con ahínco en este conatus, en este ser yo mismo que consta de una ruma de Cavalieri, en el postulado de un número infinito de planos cortados por un Faber Castell 031 F, por un lado, y por la voluntad de revolver significados, por otro. Ser yo.

Pedir una cocacola, para seguir adelante con la mímesis. Y un tamal de chancho, para desconcertar (esencialmente, pues, para lo mismo). Mostrarse adecuadamente diverso, ahora que soy casi intercultural –que significa ser alguna otra cosa además de griego.


Ser yo significa, entre otras cosas menos precisas, no ser Alessandro Baricco. No haber aprendido a tolerar y a digerir y a reinterpretar como brillo los fuoco d’artificio de la posmodernidad in-significante. Ser yo es una terquedad, no una virtud; una esclerosis, no un tránsito.

Pedir, quizá, otra cocacola: para resignificar los emblemas, para imaginar que la mesa vacía que otherwise ocupo es una mesa vacía de húngara. Pedir, que se os dará.

Ese aspecto religioso que resta en mí no es todo lo judeocristiano que algunos quisieran. Tengo, es cierto, una antigua relación con la culpa. Pero esta no es judeocristiana. Si se la analiza bien (y hay una ruma de Cavalieri para demostrarlo) mi relación con la culpa ha consistido siempre en no tenerla, pese a todas las acusaciones, procesos, sobreseimientos y prescripciones al respecto. Nada menos judeocristiano que haber surcado el ancho mar de culpas sin mojarse. Ni siquiera estoy cerca de llegar a la orilla distante y hace mucho que determiné que soy impermeable. Si la culpa es mía lo es del Big Bang, y francamente no estamos para esas tonteras.

¿Me he acercado a ser yo en estos últimos veinte minutos, veintinueve renglones? Lo dudo. El texto parece uno de aquellos textos que yo escribía y que quizás sigo escribiendo. Si no fuera porque la terquedad que era yo ha dejado de ser terca, y entonces debería dejar de ser lo que soy ahora si he de cumplir el cometido de ser yo. Parece confuso, pero es sólo culpa del Big Bang que dejó todo (todo) bastante indeterminado y sólo acertó a combinar de manera harto sospechosa seis o siete variables perjudiciales. Eso no es todo. Los más recientes indicios de la imperspicacia cuántica parecen apuntar a que en verdad este no es un universo, sino sólo su fascinante simulación. Que la indeterminación cuántica no es otra cosa que un pixelado, como denuncié (con mucho más enojo) hce una montaña de años. 

Que la razón de que la realidad sólo se enfoque cuando la miramos es una aplicación del principio de frugalidad: no necesitamos que el árbol que cae en medio del bosque produzca algún sonido si no hay nadie para escucharlo, y sería costoso (en términos de capacidad de cómputo) mantener todo colorido, encendido, vibrante y sonante a un tiempo. Incluyendo, desde luego, al tiempo, que en la mayor parte de sitios está apagado casi todo el rato.  Y ya expliqué también -cuando niño- cómo el espacio newtoniano es un Lego que se saca de la caja y se despliega sólo cuando (y donde) se lo necesita con cierta urgencia. De modo que basta de afanes: ya dijo Wittgenstein que la filosofía era sólo un manualito de Lego en papier couché, y lo habría dicho antes Hume de haber podido pronunciar el francés.  Sólo queda reírse de la ingenuidad de los otros, que no han leído Ubik ni Test de Turing y creen que la energía no cuesta.

Finalmente, ser yo puede parecerse demasiado a haber sido yo y a haber escrito en estos cincuenta minutos este texto de sesenta y tres renglones, hasta aquí, que se parece tanto a lo que yo era –pero no lo es, porque yo estaba enojado- y que reveladoramente cita, enroca, guiña, suscita y samplea todo o buena parte de lo que yo he sido cada vez que yo he empuñado un Faber Castell 031 F y no se lo he clavado en el ojo a alguien.

(trascrito de un papelito de setiembre 2010)


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