domingo, 27 de abril de 2008

El cerco

Y, desde luego, está el breve juego de reconocer en estas formas los rezagos de la realidad. De saber -por descarte y en un solo estallido luminoso- todas las cosas de las que uno se esta perdiendo, y olvidarlas en la implosión del instante siguiente, y así al infinito. Darle, pues, tus alas a la tortura y tu documento de identidad al dolor. Decirle entonces al dolor: Hola, Enrique. Y decirle a la tortura: Veamos qué trae hoy el periódico. Y así hasta que todo lo que verdaderamente es queda reducido a un cerco. Del lado interior de ese cerco, donde antes hervía la roja lava de un yo, queda apenas una superficie vítrea, ploma y endurecida y estéril que lo llena de lado a lado: la losa de una tumba que exulta anonimato. Del lado exterior, donde se extendía hasta las galaxias más distantes y los universos menos paralelos la gloria de mil trillones de mundos posibles, apenas conservan forma y nombre las tres o cuatro cosas que he mencionado antes: la conciencia de la responsabilidad de lo humano, los lagos glaciares subantárticos, la inventiva como herramienta del universo. También, si acierto en despejar las cortinas de algunos dolores muy concretos, puedo reconocer los rostros desdibujados de media docena de personas queridas -que ni siquiera estoy seguro de que existan. Todo el resto del orbe exterior, y a veces también estas cosas con nombre, es ahora agresión, combate, campo de batalla, cerco del universo y cerco de lo que, desde su centro, pretendía no serlo.

El cerco es toda la identidad que necesito, toda la conciencia de la que dispongo. Mi día es sólo el escenario de una lucha entre Buda y su fibromialgia, una lucha hormigueante, comején, que se burla continualente de la frase aquella "todo es dolor". Por escasa, por bromista y por atreverse a tamaño understatement.

Es así. Todo lo demás viene ahora en el periódico, es el periódico. Todos los mil trillones de mundos servidos a la mesa del yo: perdidos, molidos, reducidos a sólo esa ciega disputa sobre el cerco. Ni yo, ni universo: apenas el combate desigual.

Espero que sea para siempre. No soportaría volvera a pensar en nada más.

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