martes, 8 de abril de 2008

1982


Propongo techar Lima
y empezar de nuevo encima
-Sergio Guarisco


Sergio atravesaba por una fase de reordenamiento vital. Como siempre, se veía en una etapa de transición que amenazaba el estricto orden íntimo que supuestamente deberían exteriorizar sus objetos y pertenencias. Con todo, la amenaza era muy real porque, por estar trabajando en la Trener junto con el Loco y compartir bastante los horarios, había dejado Chaclacayo y se había mudado a Lima, a vivir con él. Para los que lo llevaban cada noche al Parque Huniversitario a que tomara un óñibus a Chaclacayo resultó un gran alivio, pero no para el Loco. En San Isidro, el Gordo ocupaba la cama libre que era parte imprescindible del Local. Sus cosas estaban perdiéndose continuamente.

En ese ambiente era una tradición sumamente honorable proponer temas inútiles. Tan convencional era que no hubiera que tomárselos en serio que el Loco tomaba en ocasiones a aquella como a otra convención a la cual tumbarse.

Cierta tarde, por ejemplo, él y Adolfo habían estado hablando de topología hasta llegar a aquella antigua preocupación del Loco, la tira de Moebius tridimensional. El Orate se complacía en escuchar sin comprenderla la fértil explicación que discurría el Ebreo, fascinados ambos por el extraño objeto.
-Pero si la tira de Moebius ya es tridimensional...
-No, yo digo que la superficie plana sea tridimensional.
-Entonces, lo que quieres es una tira tetradimensional.
-No, huevón. Puta, siempre crees que la complejidad viene en cómodas cuotas...

Por estas desinteligencias pronto el Loco había decidido construir una tira para mejor confundirse (una bien grande, insistió, para verla de lejos) y Adolfo lo había asistido en la confección del modelo. Tras escarbar un rato en su temible armario, el Loco sacó una cartulina con un trabajo escolar de su hermana. Desapareció un momento y volvió con un chisguete de jebe líquido para parchar llantas de bicicleta, y unas tijeras. Arrojó todo encima de la cama de Guarisco.
-No encontré otra goma -explicó.
-Mejor, eso pega al toque. ¿Es de Claudia?
-No, de su monta. Pero a ese pata puede perdérsele la mitra y no se daría cuenta.

Con las tijeras cortó de un modo razonablemente recto una tira de cartulina de tres o cuatro centímetros de ancho y de más de medio metro de largo. Adolfo le guió las manos mientras torsionaba uno de los extremos de la tira y lo pegaba ­-virado media vuelta- en el otro. Dejó el objeto secándose, aplastada la juntura dentro de un libro de etnología que Sergio habia dejado por allí. Se arrojó a su cama... y aprovechando el rebote volvió a ponerse en pie y se abalanzó hacia el libro.
-¡Se va a pegar la tira con el libro y el Gordo me decapita!
-Qué, ¿no hay buenas relaciones?
-Días malos, hermano. He comprado arsénico. O encaje antiguo. Mejor no hacerle roche a sus pertenencias esta semana. ¡Que se confíe!

Cómplice, el Ebreo mostró su aprobación con ese Ah! gutural, acentuado y pleno de enes que a Amaya le costaba tanto representar en el alfabeto fonético, y que el Gordito Joselino Ives Cousteau definía como "el lamentó de una malagua con síndgome de Down en celó". Todo lo que se había aproximado Amaya, manual de fonología en mano, era a una schwa larga seguida de una ene con tilde: 6n. El Loco dió en usar el desconcertante fonema para responder el teléfono. Mucha gente le colgaba.
-Ya pues, Loco. Chequea. La tira de Moebius es topológicamente interesante porque tiene dos aristas y una única superficie. Eso le da unas propiedades muy locas. ¿Ya está seca esa huevada? Pásamela. -El Loco había estado apresando la unión entre los dedos-.

-Chequea -continuó el Semita tomando un lápiz-: hacemos una raya a lo largo de la superficie externa... seguimos y seguimos y la superficie externa ya no es externa, ahora está adentro, seguimos, y chequea, -en el aire, el anillo de papel sufría retortijones mientras las gráciles manos del Ebreo lo volvían y viraban, como si se tratase de un helado en un día caluroso. -Ahora estamos haciendo la raya en el lado opuesto de donde ya la hemos hecho. ¿Acaso es el otro lado?
-¡Es! -replicó el Loco, divertidísimo.
-Pero no es, cuñadito, porque no hemos pasado sobre ninguna arista. Y chequea que ya estoy a punto de llegar al lugar donde empecé... Ya está. Unimos la línea con la que ya había.
-Vuelta completa.
-¡Error! ¡Dos vueltas completas! Porque hemos dado la vuelta una vez por el "otro lado" y otra por éste, que es el mismo... ahora abstrae las curvas. Loco. ¡Loco, deja de morder la goma, esa huevada es tóxica! Bota, bota... eso. Ya. Abstrae las curvas y computa que la tira no fuera un objeto de papel sino un plano en el espacio.
-Aguan a. E me ha egado a engua... ¡Úmierda! Estoy torciendo el espacio para hacerle sitio. ¿Voy bien?
6n! El Sïmsum... ¿Le estás haciendo sitio a la lengua, o al espacio?
-Ya, entonces al regresar estaríamos la primera vez al otro lado y la segunda vez al mismo lado.
-6n. Ahora piensa en términos de una botella. Tiene superficie exterior y superficie interior, separadas por una arista anular en el pico. Ahora, ¿qué pasaría si no hubiera esa arista en el pico?
-El interior y el exterior de la botella sería una única superficie continua.
-Exacto. Ahora dale a tu espacio la forma de esa botella.

El Loco se bajó de la cama dando el grito primitivo y atravesó el cuarto con una hermosa aspa de molino.
-¡Suave con el libro del Gordo! -advirtió el judío.- Lo mejor es que esa botella existe, o al menos su modelo matemático. Se llama "botella de Klein".
-Ajá. Como "tira de Moebius..."
-¡Perspicaz mente!
-Entonces ¿puede haber una botella de Klein lineal?
-Una tira de Klein...
-O una botella de Moebius.
-Ta que la conversación se está poniendo muy estúpida. ¿Qué hay en TV?

Frente al TV conversaban Daniel y Cebas de sus cerros y barbudos, sin mirar la pantalla.
-Pero tú no sabes la de los americanos en el K-Two...
-No, pero yo sé la de los italianos en el Kappa Dúe, ocho mil seiscientos once.
-Espera, la de los gringos es horrible. Es mucho antes. Hay un pata alemán llamado Fritz Wiessner, que a comienzos de siglo hacía rutas yuquísimas con Emil Solleder...
-Ah, creí que ibas a decir Emil Bodach. Tu némesis no podía ser tan viejo, vetusto, anciano, antiguo.
-Idiota. Bodach nace en 1940. Bueno, Fritz escala con Solleder y con Rossi por todos los Alpes, pero en especial en el Elbsandstein, que no sé qué es pero suena teutonicazo. En el 32 estuvo con Merkl en el Nanga; no hicieron nada. Bueno, Wiessner, vaca ya sagrada, emigra a los Estados Unidos en 1935 por cuestiones políticas. Al norte de Nueva York abre un centro de escalada, los Shawangunks, donde empieza a juntarse lo mejorcito de los gringos, que no es gran cosa porque entonces los gringos no tenían escuela. Precisamente, él es la escuela. En 1939 arman una expedición al K2.
-Nada ambiçiozos.
-Nadita. Wiessner junta a un grupo un poco raro. En verdad los gringos ya habían ido el año anterior, la expedición de Petzoldt y Houston, que eran gente provinciana, pero recia. Wiessner se rodea de easterners de renombre, tal vez inexpertos, pero no le importa demasiado porque sabe que él estará en el ataque final. Y así es, después de creo que ocho campamentos está escalando con un compadrito traído desde Nepal que se llama Pasang Dawa.
-Otro Pasang. Siempre se llamang Pasang, Tensing o Da Nang.
-Éste es Dawa, es lo máximo, vas a ver. Bueno, computas el K2, todos los problemas en los primeros dos tercios de la montaña y después crestas más fáciles.
-Entonces no lo sabían, lo ignoraban, era virgen.
-Claro, pero tenían esas fotazas tomadas por Vitorio Sella desde Concordia.
-Sella era el fotógrafo de alguien, de un Marqués o algo...
-De Luigi Amadeo Giusseppe, Gran Duque de los Abruzzi, harto billete, loco Polo Norte antes que Peary, en 1900. No llegaron porque pararon a tomar gelatto. Los italianos fueron los primeros en contratar portatori, sherpas que ayuden a los yaks. Bueno, con las fotazas tomadas por Sella en 1909 desde el glaciar Godwyn-Austen (la has visto... es la de la contracarátula de tu libro de Messner) Fritz traza su ruta de ataque final. Es directa, medio difícil pero Wiessner es un capo. A las seis de la tarde llega a los ocho mil cuatrocientos metros de altitud.
-¿QUÉ? ¿En 1939?
-Claro.
-¡No puede ser! Ningún ocho mil se escaló antes de que Maurice Herzog llegara al Annapurna en el 50.
-No seas bobo, no están en la cumbre. Les faltan doscientos once metros.
-¡Pero eso es nada! Dos horas, si estuvieran inválidos, lisiados, tullidos, baldados...
-Están fuertazos. Y es terreno fácil, y el tiempo es perfecto: hace semanas que no está tan tranquilo. A Wiessner le importa un bledo avanzar de noche, es medio gato, una vez hizo la norte del Monte Pelmo solo y terminó a las tres de la mañana, sin linterna. Así que allí, tranquilazo, chequea la laderita que se viene y dice yastá, ten minutes, el K2 es nuestro. Primer ochomil, y uno de los más difíciles: once años antes que Herzog y Lachenal. Y arranca para arriba.
-¿Y qué pasó? ¿Por qué no lo hicieron? Obviamente no lo hicieron, porque si no estarían en la lista de los ochomiles...
-Awanta. Pasang Dawa es budista, pero no ha dejado de creer en los espíritus de las montañas. Esa fe mezclada les permite a los sherpas subir a cualquier parte mientras sea de día. De noche el respeto exige que las cumbres sean dejadas en paz. Wiessner, subiendo todo japi, de pronto siente un tironcito en la cuerda.
-¡No jodas!
-Así es. Pasang se ha petrificado allá abajo y le dice: No, Sahib: night. Tomorrow, Sahib. Tomorrow.
-¡Puta!
-Puta no: tomorrow. Le pide postergar la ascensión para mañana.
-¡Pero por qué no lo mató allí, sobre el sitio!
-Wiessner es respetuoso de las costumbres de los sherpas, además medio que tiene un motín entre los gringos y los porteadores, que se sienten maltratados. No quiere hacer roche.
-¡Pero el budista es Pasandoagua, no Fritz! ¿Por qué no se desata, desanuda, desencorda, desliga, carajo, corta la maldita pita y manda al cholo de, digo, al sherpa de mierda a inflar burros por la pichina y se larga para arriba? Por lo que me dices, llegaba sin ningún problema a la cumbre.
-Y volvía. El roche está, si quieres, en que se le moría el sherpa y se acababa la expedición. Pero hay mucho más. Wiessner es un caballero de la vieja escuela. De los que nunca, jamás, abandonarían a su compañero. Así que mira hacia la cumbre, husmea el aire y calcula: "sí, mañana". Regresa donde Pasandoagua y juntos emprenden el descenso al campo ocho.
-¡Por supuesto, al día siguiente hay una tormentaza!
-Que dura casi dos meses, y otra que dura cuarenta años... Chequea: al día siguiente Wiessner ataca solo, una ruta más directa pero más difícil. La tempestad se le viene encima, desciende, y el resto es un desastre y un escándalo. Se le muere casi toda la expedición, el gringo Matthew Durrance se pelea a brazo partido con los sherpas; lo matan, creo, y el American Alpine Club declara a Wiessner persona non grata o algo así.
-¡Qué odio! Comunistas todos, seguro.
-Y nadie se ocupa de hacerle mérito. Ah, el viejo todavía escala, tengo una foto de él a los setenta y cinco años haciendo un cinco-siete en solitario, en su vieja guarida de los Shawangunks.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Y nadie se ocupa de hacerle mérito". ¿Es acaso necesario?

Enrique Prochazka dijo...

No sé si es necesario. Escribí esas líneas hace quizá veinte años. En ese tiempo yo escalaba muchísimo y sentía, casi diría a cada paso, que estaba recreando la tensión (que a su vez había alentado en mis predecesores) entre respetar las viejas tradiciones de la montaña, por un lado, y romper los límites que esas mismas tradiciones habían consagrado, por otro. La figura de Wiessner, cuyas rutas miré con asombro en Elbsandstein en 1986, fue, junto con las de Preuss, Comici, Piaz, una de las que me ayudaron a modelar las normas por las cuales regí mi conducta deportiva desde mis inicios en la escalada. A la distancia de los años confieso que lo hacía, en parte, porque pensé que con eso estaba asegurando un terreno de juego que se comportaría de manera recíproca conmigo -es decir, que respetaría mis vías y realizaciones como clásicas. No ha sido así, o no del todo, y pienso que ya desde entonces lo presentía, en esa línea.

E

Anónimo dijo...

Este sergio guarisco es el que se murio con el arbol?

Enrique Prochazka dijo...

Anónimo de las 18:30: No; el caballero que falleció a consecuencia del incidente del árbol en Chaclacayo es el padre. El Sergio Guarisco a quien hago referencia aquí es su hijo. Con él compartí el homonimato con nuestros padres respectivos, los años universitarios y una muy larga amistad. Sin embargo, en otros tramos de la novela también aparece su padre como personaje, así como el mío.