martes, 22 de abril de 2008

2:42 am.

Las cosas, en efecto, ya ocurrían. El círculo se estaba cerrando. El camino que había elegido Daniel desde el episodio de la Torre era una aporía. Y tal vez la Torre había elegido esa aporía para él: era la curva que hacía mirar hacia atrás, la curva que se unía a sus espaldas donde se veía la misma pared otra vez. La muralla era ahora un cerco. El solipsista heroico, el héroe demente y defensor de ese castillo inexpugnable, poco a poco se sospechaba prisionero de esa muralla redonda en que se le había cambiado el universo.

The round chamber, pensó vagamente Daniel... Extraviada en algún lugar de su acervo había una habitación redonda en la que sólo se daba vueltas y vueltas, en la que incluso se competía para ver quién daba la mejor vuelta...¡Samsara? No, veamos: menos filosofía, más imagen... ¿Expreso de Medianoche? ¿La fosa y el péndulo? No, había un muro curvo e interminable, cerrado sobre sí: ¿La ruina circular? ¿La historia de los dos reyes y los dos laberintos? No, ni siquiera eso. ¿Contes de la chambre ronde? Definitivamente no, no era francés... era algo gringo: el Salón Oval... o algo más pequeño. The round chamber.

Al rato de apretarse el cerebro lo identificó. The Round Chamber era una vía de escalada, la ruta más extraña del mundo. En Hueco Tanks, un peñascal en el último rincón del desierto de Texas, había una formación natural como una cámara circular desprovista de techo a la que se llegaba a rastras por un angosto pasaje. Una vez dentro, se subía uno a media pared y se ponía a escalar en torno, vuelta tras vuelta hasta fatigarse o alcanzar el nirvana, whatever happened first. Como en todo lo gringo, había récords de velocidad, de cantidad de vueltas, de indumentaria y de falta de ella, y en fin de todo lo que un grupo de aburridas ratas del desierto podía imaginar para matar una tarde, un invierno o una jubilación. El nombre era una broma oscura entre Don y Len Gillman, que Daniel había encontrado explicada años más tarde en una revista de montañismo. La idea de dar vueltas para siempre encerrado en esa mazmorra redonda por pura diversión era muy atractiva. Algo zen había en ella.


-Sabes, hubo una época en que me pasaba algo muy curioso... ¿Te acuerdas de las húngaras, las que vivían en la embajada, a la vuelta de la casa de Julia?
-Claro que me acuerdo de las húngaras. Huevón. Si yo las conocía mejor que tú. Eran prácticamente mis vecinas.
-¿A Susanna también la conocías?
-¿Cuál era Susanna? ¡Ah, la del lío! Ya me cagaste. Bueno, a ella no la conocí. Pero sí me acuerdo de tu chiquilla, de la mayor, la riquita... Una vez me dijiste que se parecía mucho a Amaya.
-Se llamaba Nikalina.
-Ajá. Se llamaba. -El Loco hizo una pausa apenas perceptible -¿Qué pasa con ella?
-Bueno, sabes que yo estuve pegado con ella varios años, aún después de que se fueran... Por eso parecía tan idiota la mayor parte del tiempo.
-Eras.
-Era, ya.
-Sigues siendo, además, solo que la menor parte del tiempo.
-Gracias. Me esmero. Bueno, una de las fijaciones que tenía era que esta mujer, como tu Alena, era un ser pues así, medio sagradón, y que tenía conmigo una especie de misión redentora. Algún día ella iba a volver para salvarme.
-Buena falta te hace que te salven, franco. ¿Y iba a volver en cuerpo y alma? Porque el cuerpo es básssico, hermano. Báficort. Si en lo sagrado no hay agarre estás cagao. ¡Cuñí! ¡Kñí kñí kñí! ¿Tú agarras con tu diosa? Porque desde la Noche Tántrica yo agarro con Alena, cuñadicto.
-No, estoy en abstinencia. Ya no se me aparece. Y eso es lo que quería contarte: siempre se me aparecía en los temblores. Hubo grandes temblores cuando vino, los del 74, ¿te acuerdas?
-¿El del 3 de Octubre? ¡El terremoto del 74, claro!
-Claro. Empezaron en Enero, y también hubo grandes temblores cuando se fue. Los temblores en este país, o si quieres en esta placa tectónica, siempre tienen que ver con mi vida afectiva. Una vez Nika mandó un temblor o fue un temblor que acabó mi relación con Margarita.
-¿Qué relación con Margarita? Tú nunca has tenido relación con nada, autista de mierda.
-Bueno, lo que una vez creí -y era totalmente sincero al creérmelo, te digo- era que desde que se fue los temblores anunciaban Su Venida. Entonces me entusiasmaba, me hinchaba de adrenalina cuando empezaba un temblor, y me deprimía harto cuando pasaban dos o tres años tranquilazos.

El Loco hizo de aquello una fiesta. Largó una carcajada más parecida a un aullido, y siguió:
-¡Puta, el Monda, cagao, se le paraba la pinga en los temblores! Hay, este Monda, por Dios. No, cuñadín, lo que tienes que hacer es dejar de masturbarte con esa pegada de oreja al piso, esperando a tu hembrita. Cómprate un sismógrafo, hermano. Uno con vibrador. Ahora escucha esto. Es un grupo nuevo que no te va a gustar ni mierda.

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