viernes, 18 de abril de 2008
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El color violeta invade el día como una peste. Violeta el cielo, azul su reflejo en el asfalto mojado, índigos los árboles sombríos que se hacen a un lado para dejarme correr. Incluso el césped comulga de rocíos amoratados y hace del parque un enorme molusco jaspeado, oscuro, cuyos solos ojos amarillos y lineales y múltiples como cuentas de un rosario de ámbar me miran horriblemente desde las luces de mercurio.
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8 comentarios:
El color violeta invade el día
como una peste.
Violeta el cielo, azul su
reflejo en el asfalto mojado, índigos los
árboles sombríos que se hacen
a un lado para dejarme
correr.
Incluso el césped comulga de
rocíos amoratados y hace
del parque un enorme
molusco jaspeado, oscuro, cuyos solos ojos amarillos y
lineales
y
múltiples como
cuentas de un rosario
de ámbar me miran horriblemente desde
las luces de mercurio.
(ES POESÍA PURA)
Debe ser la influencia de Smisek, a quien por esa época yo leía demasiado.
He escrito un cuento con Daniel Smisek como personaje. ¿Podría incluir estas líneas en él? Mencionando al autor, se entiende.
¿Qué época?
A ver, una de dos: 1999 o bien 2004. Recuerdo dos carreras de madrugada en que me impresionó ese color violeta y lo puse por escrito en algún mail o cuento corto o plan presupuestal.
¿Quién ha escrito el cuento? ¿Quién esas líneas sobre el color violeta, y quién esos versos violetas? Porque Smisek es peligrosísimo, se apodera de todo lo que encuentra con su nombre. Por lo demás, puesto que eres un anónimo, nunca lo sabré. Adelante, como decía el Nubenauta Gallardo.
Gallardo: Te equivocas, el sustantivo no es para sacarle brillo a tus uñas.
NADA es capaz de sacarle brillo a mis uñas, aun en el extraño caso de que por alguna razón quisiera que brillaran.
En cuanto a Belaúnde Terry: "Devuélvanme el Mapa" grita Dios, en fase bien poco omnipotente, al inicio de Time bandits, de Terry Gilliam. El guiión lo escribió él. Es obvio que fluyó una corriente subterránea entre el apellido materno de nuestro cartógrafo dignatario y el miembro de Monty Python al que se le antojó un Dios requerido de las cartas de su propio archipiélago.
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