(De otra manera me daría cuenta, pero es mejor así. Lo que sonaba bien se iba quedando, a pesar de que tuviera pocas conexiones con situaciones o relatos reconocibles, siquiera con fragmentos de ellos. Y lo que quedaba era sustancia fónica, sónica: ondas de compresión de aire, ruido significante que, si había habido suerte, podía ser hermoso.)
Bueno, la mente entonces, enfrentada a una nada actuante pero recesiva. Una nada líquida que se va tan fácilmente como las suaves resacas de una playa. Entonces uno adelanta tímidamente el pie de una frase hasta que se convierte en texto escible. Y ha conquistado un paso más en ese territorio inclinado que conduce a la Gran Nada (que, como Chuck Norris, nunca duerme: “espera”).
Después de todo -qué duda cabe- uno siempre termina hablando de nada.
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