—Si le vamos a creer a alguien, veamos: la carta
de Ávila dice que hay diez días de camino entre Cusco y Paytiti. Luego dice que
de la ciudad perdida hasta el macizo de Panticolla
hay casi 45 km
de selva virgen. Digamos, conservadoramente, que son tres días de selva. Si
descuentas unos cinco días en alejarse de Cusco hasta Vilcanota por los caminos
de la época, quedan dos días que son lo que nos ha tomado a nosotros bajar esta
vaina.
—Me dijo Chihuaco que por aquí hay una fruta
eléctrica, grande y medio morada, creo, rica en sales y en potasios, que tiene
como la estructura de una anguila: compartimientos positivos y negativos, así
que si la muerdes o la cortas te electrocuta –advierte Priss. Se detecta porque
en derredor de ese árbol hay esqueletos de monitos, loros, etc. electrocutaditos,
los pobres.
Y ese otro Gerónimo, El Bosco, no deja de fastidiar
al bosquense Gerónimo, que con agua en los pulmones, golpes en la cabeza y
heridas y raspones por doquier no estaba con ganas de contemplar zonceras,
aunque las zonceras estuvieran allí en sus propias alucinaciones y le saltaran
frente a las narices en lo que era, evidentemente, un tablero de El Jardín de
Las Delicias: las flechas en el culo, el hombre huevo sostenido por piernas troncos,
la distante escalera apoyada en esa hosca ciudad del fin del mundo donde quien
no defeca sangre la vomita, y en medio de todos ellos Chejo, Príncipe del
Infierno, devorando a un pobre glaciólogo de cuyo ano humeante salían
potoyuncos, su cabeza coronada por una gran olla. Pero Priss le estaba
hablando. Alguna tontería acerca de monitos electrocutados, algo que le había
contado Chihuaco.
—¿Qué puedes esperar de alguien que se ganó la
lotería sólo para demostrar su argumento? –jadeó—. Antes de ser un exitoso
empresario, Chihuaco alguna vez fue un brichero, Priss. Conoce el oficio, no ha
olvidado qué cosas extraordinarias quiere escuchar una gringa.
—¡Yo no soy gringa oye, no jodas!
—Eres una gringa: pareces gringa, hablas como
gringa y te juras una gringa, no me jodas. Chihuaco inventa cosas, chica Band. Admito
que soy un glaciólogo y que no sé nada de selvas, pero si la electrofruta
existe no creo que los monitos y loros sigan intentando comerla después de unos
cuantos miles de años de aprendizaje. La selección natural por la supervivencia
del más apto evita esas estupideces, felizmente. También debería evitar
hombres-huevo sostenidos por troncos –dijo, y movió la mano delante de sus ojos.
El hombre-huevo no se iba.
—¿De qué hablas? Ves, ya estás desvariando,
sólo dices tonterías. ¿Y si lo de la supervivencia del más apto es verdad, entonces
por qué los peruanos reeligen gobernantes más peligrosos que un mamey de veinte
mil voltios?
—Ya te digo que el aprendizaje genético toma
unos cuantos miles de años –y entonces sucumbió a otro de esos ataques
lenguaraces- Aunque, en el caso de nuestros compatriotas, tengo una teoría. Los
peruanos somos hijos de cien generaciones de gentes que han preferido seguir a
idiotas mandones, extrovertidos, en vez de escuchar a individuos sabios y
sensatos, pero más callados. Esos antepasados nuestros nos enchufaron sus
rasgos y preferencias por vía genética, qué le vamos a hacer. Nosotros somos el
nicho ecológico donde el idiota mandón prospera. En todo caso, si quieres oír
otras teorías, pregúntale a Chih –quiso terminar, pero la tos le cortó la
frase.
—Anyway, eres un bobo. Cuando te electrofrutes no digas que no te advertí. You’d deserve it, rascal! Párate, ya nos vamos. Y no me tosas encima, Typhoyd Gerry. Mentira, Darl. Está genial tu teoría de idiotas mandones. Vamos.
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