Mi premisa para escribir ese libro (para no escribirlo,
hasta ahora) se funda en último análisis, en la presunción de que hay un mundo exterior y que está allí, dado; y que la mente tiene, con ello,
literalmente una tarea por delante. Una tarea para la que es pequeña y frágil,
pero una tarea que resulta imprescindible, si algo ha de vivir.
Juegos del
lenguaje, decía
el bobo Ludwig, como disculpándose. Pues muy bien: admitamos entonces que la realidad no sicodélica son sólo juegos de materia.
Yo también le he pegado a un niño. Yo también he matado a Talos.
La materia
inanimada es mi asunto, Ludwig.
Y esquivar a los humanos, y vivir en una choza, y bajar hasta el hielo cada mañana.
Entonces.
Dédalo piensa en escribir, pero no escribe. Lo suyo es oral.
Las palabras deben ser dichas. Palabras que aprendió y que dirá y que con los
siglos serán forsináinn o thálassa o skogan o iramkarapte o allillanmi. No importa. Lo que le importa es decirlas antes
de que las olvide. Y decir nombres, también. Nombres como Pótnia Théron, la boscosa muerte que da vida, o como Icaria - la insular vida que lo lleva
muerto, trashumando de isla en isla, siendo esa carcasa, ese hueco laberinto,
ese dédalo que se arrastra a sí mismo entre los hombres.
-“No sabes con quién te estás metiendo” –dice Dédalo a su
cuñado.
-“No sabes con quién te estás metiendo” –responde Sísifo al
suyo.
Porque, como apuntó Levi-Strauss al observar a los melanesios (islas,
siempre islas) el objetivo del matrimonio es conseguir cuñados. Cuñados que uno no sabe quiénes son: cuñados
monstruosos como una potencialidad detenida y cuñados monstruosos como una
dicha absurda. Eso, posiblemente, y el asombro mutuo, los empareja. Las
hermanas o esposas son un pretexto.
Fine
Dédalo final sobre el mar, con su hélice -que es una vela
rotatoria. Complacido en su abusiva pequeñez: complacido de que va a ser
tragado por ese mar que carece de mente, persuadido ya de la inutilidad del
esfuerzo de enfrentarse a lo inanimado por medio de la mente -es más:
persuadido de la superioridad de lo mindless- se está entregando a
Thálassos para su destrucción, pero entiende que no se trata de un sacrificio
ante un ser superior, ni de un duelo entre iguales: se trata de un castigo
autoinflingido. Es él, la mente, quien se aniquila al entrar en ese vacío. Del
otro lado no hay dioses.
No hay nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario