lunes, 21 de octubre de 2013

LA IDENTIDAD COMO TERAPIA





“Dédalo” (el libro) sólo podrá ser escrito por y desde el dolor, el dolor mío, el dolor propio. La constatación jodida y personalísima de que eres Dédalo (el inventor) y que el único alivio posible de serlo es serlo en storia, fabula, y primera persona. Ser eso: un inventor arcaico, aislado (el contexto de las Cícladas, un archipiélago circular, cerrado, no es accesorio), una mente deliberadamente sin pares ni conexiones. Dédalo admite que quizá los haya allá afuera, como lo sugiere la existencia de sus dos amigos (el egipcio Amothep y su cuñado Sísifo) pero incluso ellos han sido intencionalmente mantenidos out of the loop -y ‘loop’ en protominoico se diría Cýkleon.

La incomunicación, la clausura mental, la negación de la red (de la red de pescador que Dédalo usa con ‘reticencia’, puesto que prefiere el personal, lineal y no colaborativo arpón) es la huella que deja en su vida el asesinato del niño-genio Talos, su sobrino: la única mente que consideró superior, el único genio que podría enseñarle algo, y que él en consecuencia mató.
Atenea, por el contrario, es una diosa sólo en el sentido que le insinúa o permite la Primera Ley de Clarke. Lo suyo no es magia, sino altísima tecnología. Es una conciencia futura, half-nanomáquina, half-humana, half-robot, half-doppelganger  y encima mayor que la suma de sus partes. Su misión es estimular a Dédalo a inventarla.

Esta figura sacha-teológica ha estado escondiéndose en mi literatura desde siempre: lo que viene después haciendo cosas poderosas allá lejos para que aparezca lo que viene antes. Está en “T”, en los menesteres de varios de los personajes, principalmente (recuerdo entre nieblas) en lo que hace Sasi; aparece en “Sábado”, en la medida en que la novela “Sábado” es uno de los menesteres que los personajes de “T” urden justamente ‘para que aparezca lo que viene antes’. Está, sospecho, en “2984”, en “El Porquerizo”, en “La Mano de Kazka”, quizá incluso en “El Breve Mar”. Y esta teología personal vertida en literaturas que abusan del después y trastornan el antes fue marcada, en mi nacimiento intelectual por The Last Question, de Isaac Asimov: quizá entonces el cuento más importante que he leído.





No hay comentarios: