Recordar las costumbres del cuaderno. Las ventajas de las tapas duras, que permiten casi escribir en el aire. Las ventajas del tiempo ajeno, desierto, saturado de tareas que me rehúso a cumplir: que permiten casi escribir en el aire.
Y un lapicero rojo. Encontrar así, paulatinamente y de nuevo, siempre empezando de nuevo, la capacidad de la tinta roja de alistar ideas, de guardarlas en sus meandros, de preservarlas eficazmente en la nada de un cuaderno, y de perderlas para siempre en mi memoria –que se aviene a las comodidades de la entropía.
Escribir un libro, y perderlo en la arena. Como Orans.
Escribir arena, y perderla en un libro. Como yo.
Siempre esta cosa extraña, escribir. Mírame: soy un simio, soy una forma de vida (soy también una forma de muerte), soy setenta kilos de protoplasma decididos a hacer una reforma de la educación. ¿La... qué? La práctica cotidiana entre los primates y otros mamíferos superiores de adiestrar a sus crías para procurarse el sustento y así darle a la fertilidad, a la frecuencia y a la fidelidad del tracto genético una oportunidad de entrometerse un poco más en el futuro, y volver después a hacer lo mismo: la educación es el complemento de la herencia, pero también su contrario: es una forma de mutación, es intentar que suceda algo distinto, algo mejor. La educación es parte del afán de conquista del espíritu humano, esa bomba que hace que el pecho nos explote los sábados en todas direcciones. Así, las ganas de que suceda algo distinto (de comer el pasto más verde, de coger la fruta más jugosa, de pisar Titán antes que nadie) requirieron de nosotros la invención del discípulo, del maestro (¿en ese orden, probablemente?) y del aula: de la tecnología millón de veces probada que hace crisis cuando toca el tejido social peruano, cuya fertilidad, frecuencia y fidelidad de reproducción viciosa es tal, que no deja lugar a complemento alguno: que asegura que nada cambie, nunca.
Allá en el fondo Toth: culpable de todo, como yo.
martes, 5 de agosto de 2008
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1 comentario:
Sigue compartiendo estas cosas que hallas en cuadernos de otros años... Y también tus lecturas, porque a veces lo llevas a uno por un rumbo insólito o imprevisto, o a veces se da la enorme coincidencia del diálogo gracias a un libro común, ¿no? Me pasó al visitarte hace unos meses, tú leías a Ortega, y aquel libro que casi nadie menciona hoy en día, La deshumanización del arte, había sido mi libro de cabecera cuando apenas tenía 17 años... no hablamos entonces, porque tú ya estabas como 2 0 3 posts adelante... (ME)
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