Esta historia siempre me da escalofríos.
Entrégate voluntariamente a la Parca,
y déjala urdir tu destino a gusto suyo.
-Marco Aurelio, Los doce libros
Daniel había recogido la indómita y muy escocesa tradición de los hard men, los hombres duros a los que ni el frío, ni las privaciones, ni las catástrofes podrían jamás disuadir de embeberse en whisky o cerveza y aún escalar al día siguiente vías sobrehumanas.
Pero ¿era Daniel un auténtico hombre duro? El anguloso, siempre protuberante hard man estaba hecho de roca y carecía de puntos débiles aparte del del alcohol, que más bien parecía potenciarlo. De los hard men se contaban hazañas increíbles o espeluznantes, o ambas cosas a la vez. Los requisitos para entrar al club, al menos al capítulo sesentoso y californiano del mismo, eran absurdos: se esperaba nada menos que la capacidad de hacer quinientas barras en un solo día, o bien sólo cincuenta (pero seguidas) o al menos una (pero con un solo dedo). No pocos se preciaban de haber corrido al menos cien millas a pie en veinticuatro horas. O bien tomaban un viejo Chevy y se iban de Nueva York a Yosemite o a Touloumne Meadows en maratones de treinta horas al timón. Apenas llegados, cuatro o cinco de ellos solían colgarse de cabeza por los pies y en esa posición competir en secar un cajón de Jack Daniels. El último en golpear el suelo con la cabeza era declarado el vencedor del día, y luego marchaban todos -en una fila alegrona y ondulante- a escalar cosas atroces.
Tobin primus inter pares Sorenson, el héroe concreto de Smisek en su circunstancia, solía dejar de lado el arnés: construía un nudo de horca con su vieja cuerda y se lo ponía al cuello para escalar. Aún una caída menor, que de no haber llevado cuerda resultaría en poco más que un brazo roto, se convertía entonces en un error terminal. Escalaba así dispuesto para la muerte. La cuerda, que debería ser una herramienta para salvar su vida en caso de errores de juicio, se convertía en instrumento de castigo designado para matarlo el día soleado que le tocara por suerte. Cuando Tobin murió (en un accidente automovilístico) los demás bajaron el ritmo durante algunas semanas, pero poco después reaparecía, en Touloumne Meadows o en Illydwild, la horca de primero de cuerda.
En Illydwild quedó The Edge, su obra más acabada. Una enorme y lisa lonja de roca blanca, de casi cien metros de altura, terminaba por la derecha en una arista roma y uniforme, un larguísimo edge de ángulo constante y desprovisto de otras características que su absoluta exposición. Sorenson reclutó a un hardmen ad hoc para que lo acompañara a su aventura exorbitante. La proyectada vía empezaba ya a considerable altura. Atado a la cuerda -esta vez por la cintura, pero en The Edge eso no hacía ninguna diferencia- ascendieron un primer largo de cuarenta metros de mediana dificultad hasta una reunión colgante establecida con un único perno de cinco milímetros. Tobin dejó allí colgado a su hiperventilado segundo y subió por la arista durante una hora, temblando constantemente, otros cuarenta metros de 5.10 sin poner ninguna protección, nada en absoluto, hasta que se le acabó la cuerda. De pie en una concavidad (que la geografía registra famosamente con el nombre de Tobin's Cave, y que tiene la forma, el tamaño y la capacidad de una cuchara de sopa sostenida verticalmente) Sorenson empezó a perforar, a mano, un agujero para un perno. Para dar cada golpe de martillo perdía cuidadosamente el equilibrio calculando que el impacto se lo restableciera. Media hora más le tomó avanzar los necesarios tres centímetros en el durísimo granito, cuando se le rompió la broca dentro del agujero, volviendo inútil su herramienta y el largo trabajo que había consumido prácticamente todas sus energías y capacidades mentales. Aplastado, sintiéndose incapaz de seguir adelante, anunció que iba a saltar. Diecisiete pisos más abajo, al escuchar la decisión, su compañero vomitó y estuvo a punto de ahogarse en sus humores, lo que en nada ayudó a Tobin a calmarse para reconsiderar la situación. Escuchó que desde abajo le rogaban que no saltara, puesto que era evidente que su vuelo -de unos noventa o cien metros- arrancaría el solitario perno que sostenía a su compañero en la roca y que morirían ambos. Tobin no quería matar a nadie así que empezó a desencordarse, para entregar la cuerda a su compañero y salvarle la vida condenándose él mismo. Entre llantos y recriminaciones, el de abajo logró convencerlo de que no hiciera eso tampoco. Febril, resignado a su extraño modo de humanidad, Tobin -aún de pie en aquel resquicio y en el límite de la tensión nerviosa a la que puede llegar un ser humano- empezó a perforar un segundo agujero con el trozo de broca rota. Pasaron otros cuarenta minutos hasta que pudo instalar el seguro y depositar en él el peso de su humanidad y el de su tragedia. Porque, en lugar de atar allí el extremo de la cuerda para huír de ese infierno, llamó a su segundo de cuerda a que suba donde él... para seguir adelante.
Por supuesto, éste se negó. Después de todo era sólo un hombre. Advirtió que prefería abandonar allí a Tobin a una muerte merecida -y muchas veces postergada- que seguir el juego. Emplearon un rato considerable en esta felliniana negociación, y finalmente Tobin -nunca se supo qué podría haber ofrecido- consiguió establecer a su segundo de cuerda a su lado y largarse al relativamente sencillo tramo final, también absolutamente desprotegido.
Con dos pernos en cien metros, huelga decir que The Edge no ha sido repetida hasta hoy.
2 comentarios:
segun tengo entendido, sorenson murio en un accidente de montaña (monte alberta) en 1980
Albricias, un comentario firmado! Es sumamente posible, Fredicito: también se dice que Tobin vive en Aggartha con Jim Morrison y Américo Tordoya. De hecho esa posibilidad se discute páginas más adelante en la novela. Que no hay que olvidar que se trata de una novela: en ella, Hermann Buhl espera cincuentidós horas en cuclillas a que pase la tormenta del Nanga Parbat; Charlie Porter se llama Carlo Portatori, Ramiro se llama Sebastián, la Escuela de Roca es desarrollada por un austriaco llamado Emil Bodach, e incluso hay un patita Freddy, homónimo de Nietzsche, que escala el Torreón calato.
Bromas aparte, el problema (sé que no me creerás) es que hubo DOS Tobin. Uno de ellos era inglés (Carl Tobin) y murió en un accidente automovilístico. Lo que he hecho es fusionarlos.
Saludos
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