miércoles, 28 de mayo de 2008

¿(por) Qué estoy leyendo? (2)

Un amable anónimo dice que con la lista de lecturas del post anterior seguro seré contado entre los andinos. Ojalá; hasta ahora el único que me ha contado entre los criollos ha sido Gustavo Faverón, aunque es verdad que varios otros han mencionado que, por aspecto, podría ser considerado de la argolla. Para acentuar incertidumbres (es la inercia, acabo de salir de un taller de prospectiva con método Delphi) va mi segunda lista, esta vez ´sobre un solo tema. Glaciares, bacterias y carpintería, más adelante.

Élan minoico / griego

Emily Vermuele, Grecia en la Edad del Bronce. Información fundamental sobre la Grecia del calcolítico (8000 - 2500 AC) e inicios de la edad del Bronce. No creo que lo lea completo; Micenas ya es demasiado tarde a efectos de mi novela.

Jean Pierre Vernant, El individuo, la muerte y el amor en la Grecia antigua. Este libro me descubrió a Vernant, de quien antes no había oído hablar. Leí la Introducción y capítulos sobre cadáveres ultrajados, sobre las antiguas ideologías de la muerte comparadas, y en particular uno estupendo sobre el individuo y la ciudad descubriéndose el uno al otro. Lo he llenado de anotaciones.

Jean Pierre Vernant, La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia. Este es un librito de cien páginas que sí he leido de tapa a tapa, aunque no en el orden previsto. La Gorgona siempre me resultó fascinante. Quizá porque siempre quise convertirme en piedra, quizá porque ya lo he hecho: revisándolo, me detengo en esta nota a lápiz.

"Pero nunca me interesó pensar en ellos, Nikalina; nunca me di tiempo o creí apropiado cederles el tiempo que había nacido apartado para ti, es decir, progresivamente, todo el tiempo. Y todo el tiempo, entonces, esta vida única que tengo, dirigida a ese foco singular que es mi muerte: el momento en que todo termine, por fin, y yo pueda decirte, henchido de lealtad y de orgullo por esa larguísima lealtad, monstruosa, fatal: estuve pensando en ti."

Jean-Pierre Vernant, Entre mito y política. Una autobiografía político-académica de Vernant, estéril para mi gusto, aunque recorro algunos pasajes de los capítulos centrales en busca de su rollo sobre espejos, ídolos, y la visión de lo trágico.

Carlo Diano. Forma y evento. Principios para una interpretación del mundo griego. Tras un prefacio prescindible de 40 páginas, el brillante ensayo de Diano tiene apenas 60 que he leido una y otra vez, salteado, entre Satipo, Barranca, las pampas de Junín, Conchucos... Me gusta Diano porque me hace escribir. Mis notas en las (anchas) márgenes resultan suculentas, como me sucede con Ortega, con Steiner y con la Blackmore: "Daniel Smisek sube un cerro. No lo sube como un peruano que asciende a la cima del Apu, ni como un rey griego en el Monte Olimpo. Daniel sube como un pastor eslavo en los Urales, como un guerrero escita en el Cáucaso: Daniel no venera, no teme. Sube."

Impulsado por esto también estoy hojeando unos regalos que he recibido: Sophokles. Women of Trachis. A version by Ezra Pound, y Anábasis de Jenofonte.

Ismaíl Kadaré. Esquilo. Kadaré sigue a Vernant en asociar al espectro la función de la lápida funeraria, y de allí se da cuatro saltos mortales y establece una nueva teoría para el origen de la tragedia. Loco, pero atendible. Me gusta esta frase: "Hojear uno de sus textos supone una meditación más que una lectura, hasta el punto de que, en el transcurso de la misma, lo natural sería que el libro se mantuviese más tiempo cerrado que abierto". Así leo yo, cerrando libros; y jamás marco la página que cerré.

Marcel Detienne. Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica. Detienne es un atendible heredero de Vernant, ahora que el viejo ha muerto. Empecé por el capítulo 3, El Anciano del mar -donde enfrenta a Diano, en parte- y he pasado al 4, la Ambiguedad de la palabra.

Historia de la Familia, de Burguière, Klapisch-Zuber et al. He leido los prologos de Claude Lèvi Strauss y de Duby, y los capítulos sobre Prehistoria de la familia, Sumeria, Egipto y Grecia arcaica. Digamos, las primeras 200 páginas.

Y sin embargo, sigo siendo andino.

2 comentarios:

LuchinG dijo...

Lo soprendente no es que leas tantos libros a la vez sino cómo haces para, después de darte ese banquete, ponerte a lidiar con el empleado que escuchó tus instrucciones precisas e hizo lo que le dio la gana, el compañero de trabajo que te malinterpretó o sembró cizaña a propósito, el ridículo estusiasmo de los que se emocionan por cosas tan miserables como un cambio de fragancia en el deodorizador de los urinarios, etc...

Enrique Prochazka dijo...

Hola, LuchinG. Como intenté explicar, no leo estas cosas orgánicamente, sino que salto entre ellas todo el rato. En cuanto al empleado o el compañero de trabajo, ya me deshice de ellos (aunque debo decir que solían tratarme muy bien). Lo del entusiasmo ajeno por el cambio de fragancia nunca me había sucedido, pero gracias por el dato, es horrendo.