sábado, 17 de mayo de 2008

PARADOJA DE AQUILES Y LAS TORTUNINJAS

Escribí esto a máquina hace ya muchos años. Nunca antes tuve una versión electrónica, y ahora he logrado extraérsela al escáner. Alguna vez, en otros textos he jugado con referencias a cosas que se dicen aquí. Descubro en la relectura que antes aún (algunos cuentos de Un Único Desierto) jugaban ya con elementos que están desplegados aquí. Lo posteo ahora porque en el blog de Gustavo Faveron, PUENTE AÉREO, hay una discusión en la que estoy participando, que toca en parte las cuestiones que levanté aquí de manera tan incompetente, y que creo que este texto podrían ayudar a esclarecer, o emborronar, whatever.


PARADOJA DE AQUILES Y LAS TORTUNINJAS
Desventajas de una educación clásica

Kowabunga
(Donatello)

En esa apoteósica oda a los vidrios rotos que es Duro de Matar, el perverso terrorista centroeuropeo que va a destripar el Nakatomi Plaza, inclinado sobre una descomunal maqueta, recita: “Y vió Alejandro lo extenso de sus dominios, y al entender que no le quedaba nada por conquistar, , lloró”. Y añade con maligno orgullo: “Ventajas de una formación clásica”.

Ahora bien, ¿es aquella una ventaja, en realidad? Debería serlo, aún en esta época inclinada a las profesiones breves y técnicas; también es cierto que ha de ser imposible demostrarlo sin incurrir en una petitio principii. Por otro lado a fines del segundo milenio ya nadie puede estar seguro de nada. Por ejemplo, puede resultar que al adentramos en tal demostración acabemos descubriendo que, por el contrario, la educación clásica sea una suerte de tara apenas superable.

Para comprobarlo saltemos del Nakatomi Plaza a otro edificio, el sombrío Bradbury Building de la recientemente televisada Dead On Arrival (1952) de Rudolf Maté. Este pequeño clásico del cine negro hace un encantador estudio del tema de la carrera contra la muerte, que -con un par de lunares curiosos- es llevado allí hasta sus últimas consecuencias y sin concesión al happy end. La traducción española del título es literal e injusta: lo que refiere la sigla D.O.A. inscrita en los certificados de defunción en los países anglosajones corresponde con exactitud a nuestro “Llegó cadáver” pero por supuesto es tarde para romper con el culto a Muerto al Llegar.

Pues bien, cualquier mediano aficionado a la sub-literatura sabe que este mismo tema de ‘tener las horas contadas’ es interpretado para la ciencia-ficción por Phillip K. Dick en su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” Al momento de basarse en esta historia para el rodaje de la versión fílmica -Blade Runner- Ridley Scott elige nada menos que el Bradbury Building como escenario del drama final de los androides replicantes: el mismo edificio que termina de matar a Frank Bigelow, personaje central de Muerto al Llegar.

Hacer citas cinematográficas es un juego tan viejo como el cine. Algunos directores, como Francis Ford Coppola, se han hecho de una reputación en base a ellas. (Hace poco hemos visto al hombre invisible Chevy Chase aludiendo precisamente al inicio de D.O.A.) Pero el público que paga por ver Blade Runner en su mayor parte ignora el precedente histórico: la percepción generalizada de la presencia de aquella mole gótica en el filme es que en ella no hay cita alguna, o que lo del Edificio Bradbury es un velado homenaje a Ray Bradbury, el viejo poeta marciano, y no la sesuda alusión al cine negro que los entendidos ven o creen ver. Tal puede ser el caso; de cualquier modo ya Sócrates pronunció frases definitivas acerca de las opiniones generalizadas.

Los entendidos entienden más que el público-lector medio, es cierto: pero su ventaja nada decide. Siempre se quedan cortos. El caso es que nadie, por mucha erudición que tenga, puede estar seguro de haber leído un documento cultural cualquiera en todas sus exactas profundidades. Una formación clásica no basta, o bien la noción de lo clásico nunca es lo suficientemente amplia. Francis Ford Coppola hace negocio citando a Orson Welles, que citaba a Joseph Conrad, que reproducía una vieja leyenda siberiana cuya fuente desconocemos. Como resultado, en Apocalypse Now sobreviven en boca de Marlon Brando las palabras que hace mil años dijo algún cazador eslavo muy al norte de Moscú... Y la cadena de Blade Runner - D.O.A. tampoco se agota fácilmente. ¿Quién puede, en efecto, rastrear en el pasado todas las alusiones, intencionales o no, que constituyen la gran masa del Arte? La erudición insaciable, que impone esta tarea, constituye asimismo su principal estorbo al no saber cuándo detenerse. Para mostrarlo hurguemos en dos ejemplos, posibles sustratos del tema de Scott-Dick-Maté. Ambos tienen trampa.

En Blade Runner -cuya traducción aproximada tendría que ser “verdugo”: el que acciona la guillotina, salvándonos de un no intentado Corredor de cuchilla- el padre o creador de los androides y de quien en cierto modo dependen sus muertes, es un biólogo multimillonario y genial llamado J. Tyrrel. ¡Ajá! -dice el lector, ya suspicaz- ¿Veladas alusiones a una escudería de Fórmula Uno? Hay por lo menos una posibilidad más atractiva. Prácticamente en el centro del amenazador bodoque de las Obras Completas de William Shakespeare, más exactamente en Ricardo III (la de “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”) acto IV, escenas II y III, nos topamos con otro James Tyrrel. Este es encomendado por el todopoderoso Rey a asesinar a sus hijos, enemigos suyos encerrados en la Torre de Londres -otra ominosa arquitectura- y luego a dar información acerca de las circunstancias precisas de aquellas muertes. El Tyrrel del filme, por su parte, aparece en un extraordinario torreón futuro, y en una de las escenas es requerido por el líder de los androides por detalles de las inevitables muertes... las palabras que se emplean son casi las mismas; Phillip Dick no puede haber llegado a tal nombre por casualidad. Los entendidos añadirán que en Man in the High Castle, otra obra suya, hay mucho más claras alusiones a Macbeth, y nos harán ver cómo haría falta tragarse al menos un volumen de dos kilos de peso para entender la sub-literatura. Pero se equivocan, tal vez porque ellos tampoco la entienden.

Excavemos un poco más. Cualquier erudito conoce la breve y poco difundida obra del capitán DeForest Boslough. En The Covenant o’ the Silke, pieza escrita hacia 1746, el autor imagina a un caballero escocés al servicio de los Stuart, jefe de Clan para más señas, que ha perdido a una hija y el honor en un largo viaje de exploración por el Asia. Convertido en asesino e inmiscuido en los intereses expansionistas de Pedro el Grande, es acusado de piratería. Una patrulla conjunta ruso-inglesa se lanza a su búsqueda. Él sabe que será ahorcado en el momento en que caiga en poder de los odiados ingleses, quienes lo persiguen primero por el desierto y al fin por la estepa. Estupendamente solo, refugiado en un atalaya que ha convertido en lo que creyó un seguro cuartel de invierno, enfrenta con valor a sus captores y antes de ser colgado -ya ha muerto, lo sabe desde que vio puntos negros en el horizonte- les revela el misterio de la Ruta de la Seda. El personaje se llama Bradburrie; burlonamente, el militar que lo acechó se refiere a la torre fatal como a ye Bradburrie building. El nombre de este inglés es Jonathan Tyrrel.

Asombroso, en verdad. ¿Lo sabían los arquitectos del Bradbury Building real que aún yergue su férrea mole en Los Angeles? ¿Sabían que estaban añadiendo un eslabón a una cadena que se adentraría hasta el 2019 de Blade Runner y quién sabe hasta dónde más? ¿Y conocían Rouse y Green, autores del guión de D.O.A., la intrincada trama de coincidencias que estaban enlazando? ¿Es Phillip K. Dick un bromista erudito, al estilo de Montaigne, Chesterton o Borges? Uno termina preguntándose si ha entendido, en verdad, cualquiera de los dos filmes quien ignore a Shakespeare o a Boslough; siente que obviarlos es convertirse en un lector naif, superficial, primarioso.

Sostengo que no es así. El largo cuello de la erudición resulta fácil de estrangular en su propia curiosidad. Claro que es posible prestar atención a la referencia a Ricardo III para registrar los semitonos de Blade Runner: pero sin duda tal vena es débil y aprovecharía mejor la película quien la dejara de lado. En cuanto a la alusión al condenado Bradburrie, sólo se trata, como el propio Boslough, de un pobre ejercicio de mi fantasía. Forma parte de la realidad apenas como una conveniente insidia para incautos. No hace falta añadir que lo mismo es cierto para la realidad en su conjunto, que encierra con inusitada frecuencia coincidencias muy convenientes y atractivas relaciones que acuden con presteza al llamado del erudito.

La asimilación intelectual de un hecho cultural cualquiera ya no es lo que solía ser. Negada la posibilidad del uomo universale, que todo lo sabe, que ha leído todas las sub-literaturas y visto todas las películas, y ha encontrado citas a Cátulo (Lutacio, no Valerio) en una telellorona venezolana, queda abrir una revista o sentarse frente al televisor y ver lo que ha hecho el siglo XX con lo que antes se denominaba Cultura, con mayúsculas. Poco a poco, el incremento de la velocidad de intercambio de información ha hecho que las cosas que deben ser dichas por necesidad se construyan de modo ostensible con elementos preexistentes; el número de estos elementos, en disparatado crecimiento, los hace ya inevitables. En pocas décadas hemos progresado de la cita culta a la glosa y de la glosa al cacareo. Ya es imposible hablar sin citar; ¿qué será de los diálogos que hallamos en la cultura pop televisiva? Las líneas con las que Tom Mix retaba a los malos de seguro venían del Cid y son las mismas que emplean las Tortugas Ninja. Éstas han sido precedidas en su discipulado oriental por Kwai Chang, el Pequeño Saltamontes; en su agilidad y bonhomía por la memorable Tortuga D’Artagnan, y en su número y actitud por ése y los otros tres mosqueteros. A través de esta maraña (si seguimos al Umberto Eco de El Zen y Occidente) a la alucinada y correcta perspectiva de Zenón de Elea: veloces tortugas protagonizan paradojas destinadas a romper cosmogonías, tortugas ágiles que reaparecen en Esopo y tortugas fingidas que lloran (por nosotros, los alucinados) desde las páginas de Lewis Carroll.

Un niño aventajado con la formación clásica del siglo XIX todavía hubiera podido encontrar cierto orden en la madeja: pero la presencia de Donatello, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo, las paradójicas Tortuninjas, y su grito de guerra (Kowabunga!) acaba por perder al niño del fin del milenio, que no reconoce nada, que, ignorándolo todo, repite por allí a Aristóteles, cita a Marlowe a través de Calabazos y Dragones, a Conan Doyle vía El Inspector Truquini y reconoce, si acaso, viejos capítulos de Mr. Magoo en Edgar Allan Poe. No necesita más para convertirse en representante y transmisor de lo que será, simplemente, la cultura (con minúsculas) del siglo XXI.

Paradoja de Aquiles y las Tortuninjas: al fin del segundo milenio, mira el Hombre lo extenso de su Obra y ve cómo va nada nuevo tiene por inventar. Aquellos que pretendemos seguir divirtiéndonos aprendemos a mezclar. Pero a aquellos a quienes se les infligió una educación clásica, detenidos para siempre en la contemplación, sólo les queda llorar.


(1991)

Publicado en: "Un año con trece lunas: el cine visto por los poetas peruanos" (Óscar Limache, compilador; Colmillo Blanco, 1995) pp. 231-235.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente texto.
R.

LuchinG dijo...

Fíjate que yo digo algo parecido http://puenteareo1.blogspot.com/2007/07/ahora-s-bernhard-andino.html (el primer anónimo es mío):

Anónimo dijo...
La discusión de siempre: ¿cuándo una referencia es demasiado obvia, cuándo demasiado sutil? ¿Un cuento se entiende porque se conocen las referencias, (es) malo cuando no? A veces he escuchado la excusa: "es que no sabes quién es Pizarnik, ¿cómo puedes decir que la frase de acá no encaja?" Un cuento, al menos en teoría, debería poder, al mismo tiempo, convencer al que conoce las referencias y al que no las conoce.

martes, julio 03, 2007 3:17:00 PM
Gustavo Faverón Patriau dijo...
Cualquier texto, literario o no, es mejor comprendido en la medida en que el lector está más preparado para desentrañar sus alusiones y sus sentidos menos evidentes. Eso es una verdad demasiado obvia. No cabe la menor duda de que hay lectores que están simplemente incapacitados para comprender ciertos textos. Eso no significa, claro, que todo texto se pueda escudar en la ignorancia del lector, pero tampoco hay que negar lo evidente: no todos los lectores tienen las mismas capacidades objetivas frente a un determinado texto.

martes, julio 03, 2007 3:22:00 PM
LuchinG dijo...
Una de las impresiones más grandes que me he llevado es ver que el final de Toro Salvaje es tomado del momento central en Nido de Ratas (con un significado parecido); yo vi Nido de Ratas mucho después de Toro Salvaje. Y otra, que en El Comercio publicaron en la página de Amenidades un chiste que sólo es capaz de entender quien ha llevado derivación e integración de ecuaciones (de hecho, a mí me lo habian contado cuando éstaba a punto de trikear Análisis Matemático).
Estoy de acuerdo contigo. Pero al menos yo lo intentaría.

Enrique Prochazka dijo...

Gracias por estos comentarios. Disculpen el teclado, esta vez estoy sin tildes ni enhe.

Creo que, pese a que el tema me sigue pareciendo que suscita el movimiento perpetuo entre dos posiciones (y me siento comodo en ambas), a mi tambien me gusta mas intentar encontrar el hilo de las madejas, y seguirlo hasta donde me den la educacion, la curiosidad, la bibliografia o Google. Escribi el ´91: "nadie, por mucha erudición que tenga, puede estar seguro de haber leído un documento cultural cualquiera en todas sus exactas profundidades". Ta bien, sigo pensando lo mismo y no dejo tampoco de estar de acuerdo con Gustavo: leer (y -al menos yo, en este breve debate- creo que el acto de leer no se limita a ficciones narrativas) favorece al entendimiento preparado. Y esa es una glosa de Pasteur. Que citaba a Horacio... etc.

La lengua escita, decia Limache.

Anónimo dijo...

Lo malo del texto y de algunos de los textos de ese Puente Aéreo, perdónenme mi especial y limitada lectura, es el casi permanente tufillo que se escapa a lo “mírenme de abajo que yo he leído más que ustedes”. Ergo: "Ustedes saben/pueden menos que el Puente".

¿Cómo se puede sino interpretar la frase “No cabe la menor duda de que hay lectores que están simplemente incapacitados para comprender ciertos textos”?

Eso es una perogrullada.
1. f. coloq. Verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza el decirla.

¿Qué resultaría de aplicar, me pregunto, esa obviedad al caso de un huayno en quechua –una de las lenguas de nuestro país, que yo desconozco- en su aéreo caso?

¿Creerá que no hay lectores ‘capacitados’ para percibir en sus textos ese tufillo (un afán, más bien) que menciono?

¿Y que la cultura sólo sirve para desentrañar (o hasta evaluar) una simple acumulación de conocimientos en un texto y no sus otras connotaciones?

Felizmente, Puente Aéreo no es sólo eso y me alegro por ello.

Saludos cordiales
HjorgeV