(Escribí esto a saltos, en 2002, y lo perdí en 2009. Hace un rato lo encontré, de pasada, entre viejos mails. Mejor lo pego aquí antes de que se pierda de nuevo.)
1. CONARVE
2. Letras. Eso era lo que tenía a la mano, en esta etapa, en esta escala. No me preocupaba porque tenía a ratos la sensación de futuro infinito, de tiempo extendido en el que estas letras podrían ser leídas o sumidas en el fondo del significado.
3. No importa. El tiempo ya no es mío (tampoco es de la niña en posición fetal: es de los cundidores, de los humanos que arrebataron la isla para la posmodernidad, para la duración intempestiva, para el respeto a lo multicultural, para el no significado de
la no palabra que no se dice).
4. ¿Quién era Conarve? Era una de esas apariciones de letras que se me hacen emparentadas con nadie, y que cuando aparecen en mi desmemoria siempre quiero anotar. Conarve, en este caso, es alguien. Quién haya allí, yo no lo sé: yo sólo puedo atestiguar una imagen, una existencia (“el sentimiento de una carencia”, diría un Kant con saudade).
5. Aunque también tienes allí el título de un libro inmenso escrito sin los ojos. Un libro que empezaría con los párrafos anteriores y que, con los años, terminaría componiéndose de palabras, de letras atómicas y punzantes.. Un libro para escribir, no uno para leer. Tal vez, entonces, no un libro, sino el bull de un teclado. El aboutir de Mallarmé. La cucharita en el relave, otra vez. Sólo que esta vez sería otro tipo de relave: uno sin estructura sedimentaria, uno sin orden ni responsabilidades ni hipotecas ni sesudas autarquías del espíritu; un canchón vacío, apto para colocar en él letras: una tras otra, de izquierda a derecha y de arriba abajo.
6. ¿Y cómo sabría el autor qué escribir a continuación, qué hacer con la frase siguiente, a dónde ir con sus palabras abundantes e infértiles, preñadas de insignificancia, despojadas del valor de ser ladrillos, baldosas, tejas de un castillo de orden superior al que ellas supuestamente contribuyen, pero más, admiran? Vaya pregunta larga. Uno podría imputar un orden a lo que fuera surgiendo, de manera de decir, después, que se trata de un libro acerca de algo. Otro podría hacer exactamente lo mismo pero explicárselo de modo diverso, como por ejemplo, aducir que esa actitud indefinida frente a la sentencia siguiente es la justa expresión del caos, de los tempora, de las mores. Y otro incluso podría hacer lo que yo estoy haciendo ahora. Escribir, solamente, apostando a que las viejas maneras del pensador terminarán por imponerse, y que tarde o temprano este texto surgirá provisto de una arquitectura que lo preexistía y que era de todo punto invariable.
7. Así soy yo.
8. ¿De dónde proceden las secuencias, normalmente? «From within» había dicho célebremente Eric Liddell. De esas cosas interiores que algunos (pero Jung creía que todos, ¡qué error!) llevamos dentro como la huella de... ¿una cultura? ¿La voluntad de replicación memética? ¿Una capacidad placentaria? ¿Una pulsión primate por contar, por narrar de manera comprensible? El resultado es su propio medio y su propio mensaje. Y esto qué significa, entonces... Y otra vez esas palabras tan hondas. Así soy yo, ya lo dije, ya me cuesta salirme de mi duramadre.
9. El Mar
10. «Un vasto cristal azogado». Siempre que recuerdo al mar por su nombre lo recuerdo como un vasto cristal azogado. Que refleja la lámina de un cielo de cinc. ¿Surten efecto estas figuras para alguien que no conoce el color (el sabor) del cinc? ¿Qué gongoreta (especie de anacoreta semántico) puede reconocerse, mecanizarse en esos símbolos? ¿Y qué hay, finalmente, en esa palabra? Miremos más cercanamente “El mar”. Aquí está: es de Rubén.
El mar como un vasto cristal azogado
refleja la lámina de un cielo de cinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.
El sol como un vidrio redondo y opaco
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo de almohada su negro clarín.
11. El juego de los títulos
12. Siempre daba con frases que podían ser títulos: a raíz de uno cada pocas horas. Varias veces al día. Por ejemplo, Dejúmene.
13. Otra de esas aglomeraciones bien fundadas. Dejúmene debe ser prima de Conarve. Y es que músculo que no se usa, se duerme. Se lo lleva la corriente. Se levanta al día siguiente. Y al final se rompe. Epursimuove.
14. Doing time
15. I hate the work I am supposed to do; this hatred grows unceasingly, every day, up to the point that right now it might be the biggest thing I contain in my chest.
16. Soy un individuo vivo. ¿Por qué eso tiene que implicar que mi destino, mi forma de ganarme el pan sea tipear en una computadora? Me duele tanto la cabeza que mi frente es una sola arruga. Letras, eso es lo que puedo tipear. Letras que mientras menos signifiquen más me alivian de la arruga. La semántica es una cuestión de escala: el esfuerzo por estructurar el Proyecto de Educación Rural tropieza en tantos accidentes como Sábado, como Casa, mis némesis literarias. Lamentablemente, tiene menos sentido que cualquiera de esas ficciones, porque al narrar yo me limito a mí mismo, y son mis estándares los que con-fabulan; en el PERDM, es la realidad misma, la cobardía política, la estupidez de otros, que hace que esto sea una nube inútil y pasajera. Y esta nube paga el colegio de mis hijos, las fotos que les tomo, el pan que les doy para que unten de mantequilla cuando logramos desayunar juntos. Por eso esto da la apariencia de que debo seguir en la insensatez de trabajar en un proyecto que 1) no me interesa; 2) no funcionaría; 3) no resultará. De modo que finjo, cada cierto tiempo, que contribuyo al río laboral, que el flujo es posible, y estimulo la percepción candorosa de que hay avances, progresos. En suma, acudo a tiempo a las formaciones, me aparto de la reja cuando la cierran, no hago sonar mi taza de cinc contra los barrotes, ni tampoco -me avergüenza decirlo- conservo ya el mínimo de dignidad que hace falta para fugarse.
17. La vida de un cuerpo limita con su capacidad para ir más allá de su piel. Esta capacidad está contenida en el cuerpo, es parte de él; pero es uno de sus límites menos animales. En un animal esta capacidad se limita a convertirse en un cadáver; si ensanchamos el concepto, admite a todo lo que entra y todo lo que sale de ese cuerpo durante su existencia vital. Pero en el hombre ése es sólo el comienzo (y el recordatorio de su condición zoológica). Tenemos esta otra dimensión de la capacidad, que es la de las ideas (no “de las expresiones”. Las expresiones no bastan: algo unitario debe haber detrás de ellas).
18. Esto podría diseñarse de otra manera, de modo de incluir la casa de Yuracmayo, los pasos precisos que hay que seguir para construir una yola para pasajeros, los mecanismos que urdí para aligerar y apalancar la palestra portable, la curvatura de los remos de la yola anterior y la siguiente, los muelles flotantes para la casa peninsular, las partes y piezas de un Friend absurdo que inventé para fijarse en vigas, no en fisuras; estos y otros espantosos usos de mi cerebro. Puerta abierta al cosmos futuro y cancelado, terminación de todo lo previsto, foro de la nada, espacio único reservado para el átomo quieto, pedo de la idea, nostril de la ontología, desperdicio de protoplasma ordenado de manera eficiente a un fin insoportable. La injusticia de la semilucidez. ¿A qué apunta? ¿A dónde se dirige? ¿Qué espera? ¿Qué propone? ¿Cuáles son sus límites? ¿Dónde está su frontera con la genuina inteligencia? ¿Y cuán loco puede llegar a estar uno que simplemente escribe porque, desde hace días, los dedos vacan?
19. Plazos para la idea. Plazos para el ente. No es lo mismo. No importa. Las precisiones son para el pasado de mi mente, para mi mente. Ahora solamente escribo.
20. Las cosas pasan por etapas imaginadas. Primero son un dibujo en una hoja de papel.
viernes, 6 de febrero de 2015
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