Miro
el Big Bang y la cascada de multiversos, y el fantasma del yo me parece más
violento y más disperso que todo eso.
No
hay algo; al rato, hay algo. Una flor o un helicóptero. No sé si la libertad o
la voluntad intervinieron en cada caso. Lo que sé es que el helicóptero me
gusta bastante más que la flor.
Es
notable cuánto no me gusta la vida, que me ha quitado incluso el gusto por
escribir acerca de ella. Sólo a ratos, como ahora, me concedo el gusto de
escribir acerca de ese preciso disgusto.
Ines,
hijita mía: has llegado a mi vida justo a tiempo como para extender mis razones
para permanecer en ella -como lo hicieron, en su propio momento, cada uno de
tus hermanos.
Pero
he pasado décadas diciendo estas cosas y otras parecidas, antes incluso con más
claridad y lucidez. Y algún buen gusto, quizá. No encuentro ningún incentivo
para insistir. Un escritor se repite porque le pagan. Yo, me estaría repitiendo
porque no me pagan.
No.
Siempre fui un dodo cognitivo, y aspiro a que el Homo Superior, el transhumano chipeado
y digital, cumpla con su brutal promesa ontológica y me pase literalmente por
encima.
Yo nací obsoleto.
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