miércoles, 24 de octubre de 2007

Mientras escribo

, y soledad.

Como si después hubiera algo que pudiera valer la pena decir, hacer, acompañar.

Como si los segmentos y las frases pudieran algún día componer una reflexión original y válida acerca del mundo.

Como si: pero en verdad, no.

Como haber perdido no sólo la atención sino las ganas de la atención. Ya no es un problema de capacidades. Está más atrás, en el cerebelo.

Como durar otro día, dejar pasar estos cinco minutos y así hasta que llegue 2028.

Como durar. ¿Para qué durar? Es el continente extenso de algo que ya no recuerdo, la saturación de una vida impune. Los días pueden y merecen ser dejados desiertos.

Hay en esto un afán vindicatorio que sospecho, pero no termino de reconocer. Es como un haberse rendido, como un haber perdido una fe religiosa, salvo que no recuerdo qué era aquello que defendía, qué fue aquello que creí. Luego hay una capa de resentimiento desplegada sobre ese distante misterio. Es como si sintiera que me debieran algo, pero menos: es como si los culpara de algo (no sé a quién ni de qué: esta es la herencia kafkiana que los protagonistas del siglo veinte se han echado sobre las flacas espaldas).

Y entonces esa vindicación: ese resentimiento y esa torpe venganza que lo ilustra, compuesta de la certeza de que ya no quiero jugar el juego; la promesa, el juramento de que ya no lo jugaré. Certezas y amenazas arrojadas a los rostros de los otros. Sólo que no hay nadie allí, incluso las máscaras ya se fueron, están en otro sitio precisamente jugando al juego de las máscaras.

Y entonces sólo estas palabras para el alivio. Para las deudas del tiempo. Para el escalofrío. Sólo estas palabras y la tranquila certeza de que son privadas, regresivas, redondas en su pequeño silencio. Estas palabras feraces que ya nadie usa, quizá porque para qué.

Me pregunto por qué caminos llega uno a esto. Me pregunto si es un genuino callejón sin salida, o si quizás estoy en la pista de algo potente, inexplicable. Me pregunto (no he conocido otra noche que la de Getsemaní) si aquello inexplicable e inimaginable valdrá acaso la pena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uso del pensamiento a tal grado que se consolida un estado de ánimo de sospecha absoluta.