Circo de la Gavarnië, en el Pirineo francés. Mentira, es el lado este del Cerro Nazareno, en La Viuda. |
Desde hace muchos años tengo la certeza de
que mi maquinaria de olvidar acelera su velocidad, por lo que la cantidad de
cosas que sé disminuye conforme pasa el tiempo. Pierdo, de preferencia, el
conocimiento estructurado, la unidad argumentativa, los saberes sistematizados
y productivos. Esto me llamó, creo que de manera instintiva o automática, a
meter por el otro extremo del tubo todo tipo de cosas, a acelerar una gusanera de
aprendizajes sin ton ni son. Desconozco la razón para esta asimetría. Creo que,
si pudiera, trataría de que el nuevo material que absorbo tuviera calidades
similares a las que posee aquello que pierdo. Considero que es probable que la
aceleración del olvido tiene raíces neuroquímicas concomitantes con algún grado
de evaporación de mis capacidades de análisis, de concentración, de atenciones
sistemáticas y orientadas a propósito, y que esta condición paralela dificulta
la absorción de material estructurado. Como se adivinará, no se me faculta a
penetrar mucho en el análisis de este misterio. No me da la cabeza. Y como en
los minutos que llevo redactando esta noticia he perdido –temo que para
siempre- parte de la historia de las provincias septentrionales del Imperio
Bizantino, o de las flexiones verbales de las lenguas dravídicas, o de la
importancia de la construcción de espacios deshumanizados en la obra de Juan
Carlos Onetti, necesito leer medio capítulo de algo, cruzar nueve páginas de
Wikipedia, pasar diez minutos en caída libre por YouTube: todo para no dejar de
aprender, para que que mi mente no se vacíe del todo.