—Me dijo Chihuaco que por aquí hay una fruta
eléctrica, grande y medio morada, creo, rica en sales y en potasios, que tiene
como la estructura de una anguila: compartimientos positivos y negativos, así
que si la muerdes o la cortas te electrocuta –advierte Priss. Se detecta porque
en derredor de ese árbol hay esqueletos de monitos, loros, etc. electrocutaditos,
los pobres.
Y ese otro Gerónimo, El Bosco, no deja de fastidiar
al bosquense Gerónimo, que con agua en los pulmones, golpes en la cabeza y
heridas y raspones por doquier no estaba con ganas de contemplar zonceras,
aunque las zonceras estuvieran allí en sus propias alucinaciones y le saltaran
frente a las narices en lo que era, evidentemente, un tablero de El Jardín de
Las Delicias: las flechas en el culo, el hombre-huevo sostenido por piernas troncos,
la distante escalera apoyada en esa hosca ciudad del fin del mundo donde quien
no defeca sangre la vomita, y en medio de todos ellos Chejo, Príncipe del
Infierno, devorando a un pobre glaciólogo de cuyo ano humeante salían
potoyuncos, su cabeza coronada por una gran olla. Pero Priss le estaba
hablando. Alguna tontería acerca de monitos electrocutados, algo que le había
contado Chihuaco.
—¿Qué puedes esperar de alguien que se ganó la
lotería sólo para demostrar su argumento? –jadeó—. Antes de ser un exitoso empresario,
Chihuaco alguna vez fue un brichero, Priss. Conoce el oficio, no ha olvidado
qué cosas extraordinarias quiere escuchar una gringa.
—¡Yo no soy gringa oye, no jodas!
—Eres una gringa: pareces gringa, hablas como
gringa y te juras una gringa, no me jodas. Chihuaco inventa cosas, chica Band. Admito
que soy un glaciólogo y que no sé nada de selvas, pero si la electrofruta
existe no creo que los monitos y loros sigan intentando comerla después de unos
cuantos miles de años de aprendizaje. La selección natural por la supervivencia
del más apto evita esas estupideces, felizmente. También debería evitar
hombres-huevo sostenidos por troncos –dijo, y movió la mano delante de sus ojos.
El hombre-huevo agitaba las piernas, pero no se iba.
—¿De qué hablas? Ves, ya estás desvariando, sólo
dices tonterías. ¿Y si lo de la supervivencia del más apto es verdad, entonces por
qué los peruanos reeligen gobernantes más peligrosos que un mamey de veinte mil
voltios?
—Ya te digo que el aprendizaje genético toma
unos cuantos miles de años –y entonces sucumbió a otro de esos ataques
lenguaraces- Aunque, en el caso de nuestros compatriotas, tengo una teoría –ella
giró para ignorarlo-. Escucha. Los peruanos somos hijos de cien generaciones de
gentes que han preferido seguir a idiotas mandones, criollazos, extrovertidos,
en vez de escuchar a individuos sabios y sensatos, pero más callados. Una y
otra vez los mandones aparatosos ganaron la plaza, los sensatos se escondieron
tras la chullpa, y el rasgo se hizo genético. El efecto Baldwin. Esos bobos antepasados
nuestros nos enchufaron sus rasgos y preferencias contrademocráticas por vía de
su ADN, qué le vamos a hacer. Nosotros somos el nicho ecológico donde el idiota
mandón prospera. En todo caso, si quieres oír otras teorías, pregúntale a Chih
–quiso terminar, pero la tos le cortó la frase.