Caminaba por la calle y leí, escondida y dispersa entre las sílabas de algún cartel publicitario, el nombre de una antigua montaña, el nombre de una leyenda. Supe lo que haría a continuación. Escribiría un cuento con esa palabra y esa leyenda. Un cuento que se llamaría ALAMUT; en él, personajes jóvenes y confundidos serían seducidos al camino del mal por un viejo que –desde un lugar elevado, un edificio abandonado, una roca, un penthouse– premia sus crímenes con droga y con la promesa de una redención por vías del asesinato.
Pero antes de empezar siquiera a escribirlo noté que ya lo había escrito: el cuento se llamaba CÁUCASO y la premisa (esconder una leyenda en las formas contemporáneas) era la misma: es más, la montaña era también la misma. Supe lo que haría a continuación. Escribiría un cuento acerca de ese cuento que no podía ser escrito sin repetirse. En él, un autor joven y confundido es atraído al camino del plagio por un viejo maestro que –desde un lugar elevado, un edificio abandonado, una roca, un penthouse– premia sus esfuerzos con droga y con la promesa de una publicación en España.
Pero antes de empezar siquiera a escribirlo noté que acabo de terminarlo.
martes, 22 de enero de 2008
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