Qué bueno que esta palabra ya no me sirva, porque ya no me sirve.
Finalmente todo se cuece en estas cosas que tipeo. Que no sé qué son. Que ya no son sílabas ni manchitas negras en una pantalla de fósforo blanco. Que son solo quizá señales de que, antes, aquí hubo señales. Eso son estas letras: cenotafios, tombstones de antiguos significados.
jueves, 27 de diciembre de 2007
martes, 18 de diciembre de 2007
No estamos seguros de en qué época empezó el universo. Tampoco podemos decir a qué hora va a terminar.
(De otra manera me daría cuenta, pero es mejor así. Lo que sonaba bien se iba quedando, a pesar de que tuviera pocas conexiones con situaciones o relatos reconocibles, siquiera con fragmentos de ellos. Y lo que quedaba era sustancia fónica, sónica: ondas de compresión de aire, ruido significante que, si había habido suerte, podía ser hermoso.)
Bueno, la mente entonces, enfrentada a una nada actuante pero recesiva. Una nada líquida que se va tan fácilmente como las suaves resacas de una playa. Entonces uno adelanta tímidamente el pie de una frase hasta que se convierte en texto escible. Y ha conquistado un paso más en ese territorio inclinado que conduce a la Gran Nada (que, como Chuck Norris, nunca duerme: “espera”).
Después de todo -qué duda cabe- uno siempre termina hablando de nada.
Bueno, la mente entonces, enfrentada a una nada actuante pero recesiva. Una nada líquida que se va tan fácilmente como las suaves resacas de una playa. Entonces uno adelanta tímidamente el pie de una frase hasta que se convierte en texto escible. Y ha conquistado un paso más en ese territorio inclinado que conduce a la Gran Nada (que, como Chuck Norris, nunca duerme: “espera”).
Después de todo -qué duda cabe- uno siempre termina hablando de nada.
Informe sobre ciego (en dos mails):
1. El niño lobo
Yo era un alien. Sólo que yo no lo quería. Era algo que quizá no podía sobrevivir solo, en esta atmósfera, en estas condiciones radiactivas. No lo sé. Sé que no lo quería. Sé que lo rechazaba tanto y con tanta frecuencia que aprendí a no quererlo, a esforzarme por matarlo. Durante años. Décadas, tal vez, de hecho. Y parece que ese maltrato terminó por hacer efecto. Supongo que así fue, porque ya no siento aquello que sentía: esa profusión, esa ebullición, ese sentirse perdido en un bosque impenetrable hecho de árboles y ramas y briznas y copas y raíces y frondas que yo había dispuesto allí: cuidadosamente, una por una.
Eso todavía me asombra: que mi bosque, mi trampa, mi enredo estaba hecho de pensamientos intencionales. Ya no lo siento: ahora pensar es como caminar en un páramo. De vez en cuando tropiezo con una zarza, un arbusto grande. Me entretengo metiéndome dentro, jugando un rato a que todavía puedo atender un tema complejo. Eso es todo lo que logro: atenderlo sin entenderlo. Pronto un viento suave me hace derivar y me lleva lejos, de vuelta al erial, sin esfuerzo. Ahora miro la nada presente y futura y me pregunto si acaso antes no estaba mejor. Apenas si lo recuerdo… pero sé que en un rato no necesitaré responder esa pregunta, pues también la habré olvidado.
2. The Chinese room
Bueno, aunque tú TAMPOCO hayas soportado Dancer in theDark, conocemos la anécdota: la islandesa no puede revelar que se ha quedado ciega porque pierde la chamba. Yo me he quedado cognitivamente (por tanto, laboralmente) ciego: no entiendo un carajo, acudo a reuniones y trato de no chocarme con los muebles y que nadie se dé cuenta de que, en verdad, no veo nada, no recuerdo nada, no sé de qué me hablan. La situación alcanza un punto insostenible cada quince minutos, más o menos, en que me veo forzado a decir"no sé". Ya me hice fama de incompetente… pero todavía creen que puedo VER. Y no me paro y me voy porque necesito unos seis mil dólares para salir de rojo este año.
El viernes patié a mi siquiatra, ya no usaré sus servicios. También he dejado las pepas. No sirven. Sólo me queda aguantar, como siempre. Como un hombrecito.
Yo era un alien. Sólo que yo no lo quería. Era algo que quizá no podía sobrevivir solo, en esta atmósfera, en estas condiciones radiactivas. No lo sé. Sé que no lo quería. Sé que lo rechazaba tanto y con tanta frecuencia que aprendí a no quererlo, a esforzarme por matarlo. Durante años. Décadas, tal vez, de hecho. Y parece que ese maltrato terminó por hacer efecto. Supongo que así fue, porque ya no siento aquello que sentía: esa profusión, esa ebullición, ese sentirse perdido en un bosque impenetrable hecho de árboles y ramas y briznas y copas y raíces y frondas que yo había dispuesto allí: cuidadosamente, una por una.
Eso todavía me asombra: que mi bosque, mi trampa, mi enredo estaba hecho de pensamientos intencionales. Ya no lo siento: ahora pensar es como caminar en un páramo. De vez en cuando tropiezo con una zarza, un arbusto grande. Me entretengo metiéndome dentro, jugando un rato a que todavía puedo atender un tema complejo. Eso es todo lo que logro: atenderlo sin entenderlo. Pronto un viento suave me hace derivar y me lleva lejos, de vuelta al erial, sin esfuerzo. Ahora miro la nada presente y futura y me pregunto si acaso antes no estaba mejor. Apenas si lo recuerdo… pero sé que en un rato no necesitaré responder esa pregunta, pues también la habré olvidado.
2. The Chinese room
Bueno, aunque tú TAMPOCO hayas soportado Dancer in theDark, conocemos la anécdota: la islandesa no puede revelar que se ha quedado ciega porque pierde la chamba. Yo me he quedado cognitivamente (por tanto, laboralmente) ciego: no entiendo un carajo, acudo a reuniones y trato de no chocarme con los muebles y que nadie se dé cuenta de que, en verdad, no veo nada, no recuerdo nada, no sé de qué me hablan. La situación alcanza un punto insostenible cada quince minutos, más o menos, en que me veo forzado a decir"no sé". Ya me hice fama de incompetente… pero todavía creen que puedo VER. Y no me paro y me voy porque necesito unos seis mil dólares para salir de rojo este año.
El viernes patié a mi siquiatra, ya no usaré sus servicios. También he dejado las pepas. No sirven. Sólo me queda aguantar, como siempre. Como un hombrecito.
martes, 11 de diciembre de 2007
Martes, matrices, madres.
Y yo te había estado diciendo que debíamos detener esto antes de que prospere. Que no era responsable dejarlo a la buena libertad del hombre. Que ese hombre en todo caso es un niño, y que dejados a su albedrío los niños terminan siempre quemados, cortados, chancados, rasguñados, adultos. Que el fenómeno interno de tu cerebro que era el universo debía permanecer interno, quedarse íntimo, guardarse recóndito. Ahora lo has sacado (me has permitido ventilarlo a este aire de todos) y, créeme, va a ser difícil volverlo a acotar a la duramadre.
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