viernes, 28 de septiembre de 2007

Para Rembrandt

1

Todas las mujeres de Antál son diferentes, pero todos los hombres de Sára son un único hombre. Sára tuvo a Max Ernst como sustitución de una figura paterna; luego, al Margrave, y cuando este murió, tuvo al loco ruso que hizo esa escultura extraña en la puerta de no sé qué local. Y ahora tiene al carpintero Jacques. Todos artesanos sensibles, algo tensos y algo rudos, en general silenciosos. El cuerpo que mira Sára desde hace cincuenta años es siempre el mismo: el mismo hombro musculoso, las mismas espaldas tensas, la misma manera de caminar, la misma conversación difícil y placentera y compleja repetida ante la misma cara transitada por la pérdida y la pena. Antál es un habitante del reino contrario. Busca, encuentra y disfruta las diferencias. Sára es (quizá) su madre, y es el modelo que él recusa (no sabe quién es su padre, aunque lo haya criado el Margrave). Barbóla y Vivi son sólo dos ejemplos bastante polares de sus excursiones por el reino de la variedad. Por lo tanto, estas dos amantes deben ser físicamente muy diversas.

Sára ha descubierto, años atrás, que el deseo sexual –que el deseo, en general- no es necesario. Comenzó a percibir tal cosa a partir de la medicación recetada por un siquiatra, y alcanzó esa suerte de estado búdico por medio de la química. La medicina le quita la ansiedad y (dice el papelito, que guarda cuidadosamente) disminuye la libido. Ella notó que hacía más que eso, que disminuía su preocupación por cualquier cosa que ella pudiera no estar obteniendo. Cesó el craving. Y cuando en el mercado apareció un mejor medicamento que evitaba estos indeseables side effects, la novedad eliminó al viejo producto. Sára se vio obligada a usarlo. No lo soportó. Empezó a angustiarse, a llorar precisamente a causa del nuevo sedante. De manera que se dio maña para averiguar cómo podría echar mano de grandes cantidades de la versión obsoleta de la droga: lo re-importaba de países atrasados en los que la nueva versión no se distribuía. ANTHAR es la empresa importadora de Antál, la que –según dice Sára- es la que le permite conseguir la vieja fórmula. Sára tiene un hijo, a quien llama, misteriosamente, Harry. (Sára asegura que Harry “es una mierda con las mujeres”.)

2

¿Cuál es la diferencia entre Jacques y Dédalo? ¿Y por qué estoy ocupándome de esto ahora? Se supone que debería concentrarme (el poco foco que puedo tener en medio de esta reunión corporativa) en la OFUSCACIÓN de una mente hambrienta. Pero Jacques no tiene ese tipo de hambre. Jacques está mucho más satisfecho que Dédalo, pese a sus también profundas insatisfacciones. Jacques cuenta con ciertas estabilidades: tiene una pareja, un domicilio, y no es un perseguido político. Estas cosas deberían bastar para garantizarle una porción de la felicidad que a Dédalo le es tan rotundamente negada –y a pesar de lo cual el isleño se las apaña para sacar adelante una primera vida humana. Pero Jacques tiene, ya sabemos, vías propias hacia la infelicidad. Estas cosas, sin embargo, no son las más significativas. Más importante parece ser el descubrimiento de que, otra vez, en mis relatos un artesano huye de su insatisfacción acerca del mundo refugiándose en la conversación con una mujer inteligente y cautivadora, en el pleno sentido de esa palabra. Ella es refugio, santuario, calabozo, claustro, útero: es la matriz que devuelve una forma al mundo, que conforma y que eventualmente –como mūdra- opera sobre el mundo. Es la mujer inteligente, la Musa, la Parca de suyo postergada por los dioses: pero que se ha conseguido un operador para tomar parte en la gestión de un mundo. Y ese operario es mi personaje, mi cosa, mi continuo y frustrado artesano.