miércoles, 25 de noviembre de 2015

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—Me dijo Chihuaco que por aquí hay una fruta eléctrica, grande y medio morada, creo, rica en sales y en potasios, que tiene como la estructura de una anguila: compartimientos positivos y negativos, así que si la muerdes o la cortas te electrocuta –advierte Priss. Se detecta porque en derredor de ese árbol hay esqueletos de monitos, loros, etc. electrocutaditos, los pobres.

Y ese otro Gerónimo, El Bosco, no deja de fastidiar al bosquense Gerónimo, que con agua en los pulmones, golpes en la cabeza y heridas y raspones por doquier no estaba con ganas de contemplar zonceras, aunque las zonceras estuvieran allí en sus propias alucinaciones y le saltaran frente a las narices en lo que era, evidentemente, un tablero de El Jardín de Las Delicias: las flechas en el culo, el hombre-huevo sostenido por piernas troncos, la distante escalera apoyada en esa hosca ciudad del fin del mundo donde quien no defeca sangre la vomita, y en medio de todos ellos Chejo, Príncipe del Infierno, devorando a un pobre glaciólogo de cuyo ano humeante salían potoyuncos, su cabeza coronada por una gran olla. Pero Priss le estaba hablando. Alguna tontería acerca de monitos electrocutados, algo que le había contado Chihuaco.

—¿Qué puedes esperar de alguien que se ganó la lotería sólo para demostrar su argumento? –jadeó—. Antes de ser un exitoso empresario, Chihuaco alguna vez fue un brichero, Priss. Conoce el oficio, no ha olvidado qué cosas extraordinarias quiere escuchar una gringa.

—¡Yo no soy gringa oye, no jodas!

—Eres una gringa: pareces gringa, hablas como gringa y te juras una gringa, no me jodas. Chihuaco inventa cosas, chica Band. Admito que soy un glaciólogo y que no sé nada de selvas, pero si la electrofruta existe no creo que los monitos y loros sigan intentando comerla después de unos cuantos miles de años de aprendizaje. La selección natural por la supervivencia del más apto evita esas estupideces, felizmente. También debería evitar hombres-huevo sostenidos por troncos –dijo, y movió la mano delante de sus ojos. El hombre-huevo agitaba las piernas, pero no se iba.

—¿De qué hablas? Ves, ya estás desvariando, sólo dices tonterías. ¿Y si lo de la supervivencia del más apto es verdad, entonces por qué los peruanos reeligen gobernantes más peligrosos que un mamey de veinte mil voltios?


—Ya te digo que el aprendizaje genético toma unos cuantos miles de años –y entonces sucumbió a otro de esos ataques lenguaraces- Aunque, en el caso de nuestros compatriotas, tengo una teoría –ella giró para ignorarlo-. Escucha. Los peruanos somos hijos de cien generaciones de gentes que han preferido seguir a idiotas mandones, criollazos, extrovertidos, en vez de escuchar a individuos sabios y sensatos, pero más callados. Una y otra vez los mandones aparatosos ganaron la plaza, los sensatos se escondieron tras la chullpa, y el rasgo se hizo genético. El efecto Baldwin. Esos bobos antepasados nuestros nos enchufaron sus rasgos y preferencias contrademocráticas por vía de su ADN, qué le vamos a hacer. Nosotros somos el nicho ecológico donde el idiota mandón prospera. En todo caso, si quieres oír otras teorías, pregúntale a Chih –quiso terminar, pero la tos le cortó la frase.

Autorretrato inesperado


Soy una espina clavada en mí mismo.
Soy todo el tiempo que me queda.
Soy el que mira hacia arriba-
            con un plan
            que no cumpliré.

Soy más reloj que guitarra.
Soy un canguro que se arrastra por el polvo como una serpiente.
Soy un leopardo metido a castor-
                      mis colmillos
                      no volverán a crecer.

Soy una trenza deshilachándose en el tiempo.
Soy los rayos que tiemplan mi entraña eléctrica.
Soy el mantra que pronuncio en el centro del huracán-
                                                                             mi garganta afónica
                                                                             mi larga sonrisa.