miércoles, 28 de mayo de 2008

¿(por) Qué estoy leyendo? (2)

Un amable anónimo dice que con la lista de lecturas del post anterior seguro seré contado entre los andinos. Ojalá; hasta ahora el único que me ha contado entre los criollos ha sido Gustavo Faverón, aunque es verdad que varios otros han mencionado que, por aspecto, podría ser considerado de la argolla. Para acentuar incertidumbres (es la inercia, acabo de salir de un taller de prospectiva con método Delphi) va mi segunda lista, esta vez ´sobre un solo tema. Glaciares, bacterias y carpintería, más adelante.

Élan minoico / griego

Emily Vermuele, Grecia en la Edad del Bronce. Información fundamental sobre la Grecia del calcolítico (8000 - 2500 AC) e inicios de la edad del Bronce. No creo que lo lea completo; Micenas ya es demasiado tarde a efectos de mi novela.

Jean Pierre Vernant, El individuo, la muerte y el amor en la Grecia antigua. Este libro me descubrió a Vernant, de quien antes no había oído hablar. Leí la Introducción y capítulos sobre cadáveres ultrajados, sobre las antiguas ideologías de la muerte comparadas, y en particular uno estupendo sobre el individuo y la ciudad descubriéndose el uno al otro. Lo he llenado de anotaciones.

Jean Pierre Vernant, La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia. Este es un librito de cien páginas que sí he leido de tapa a tapa, aunque no en el orden previsto. La Gorgona siempre me resultó fascinante. Quizá porque siempre quise convertirme en piedra, quizá porque ya lo he hecho: revisándolo, me detengo en esta nota a lápiz.

"Pero nunca me interesó pensar en ellos, Nikalina; nunca me di tiempo o creí apropiado cederles el tiempo que había nacido apartado para ti, es decir, progresivamente, todo el tiempo. Y todo el tiempo, entonces, esta vida única que tengo, dirigida a ese foco singular que es mi muerte: el momento en que todo termine, por fin, y yo pueda decirte, henchido de lealtad y de orgullo por esa larguísima lealtad, monstruosa, fatal: estuve pensando en ti."

Jean-Pierre Vernant, Entre mito y política. Una autobiografía político-académica de Vernant, estéril para mi gusto, aunque recorro algunos pasajes de los capítulos centrales en busca de su rollo sobre espejos, ídolos, y la visión de lo trágico.

Carlo Diano. Forma y evento. Principios para una interpretación del mundo griego. Tras un prefacio prescindible de 40 páginas, el brillante ensayo de Diano tiene apenas 60 que he leido una y otra vez, salteado, entre Satipo, Barranca, las pampas de Junín, Conchucos... Me gusta Diano porque me hace escribir. Mis notas en las (anchas) márgenes resultan suculentas, como me sucede con Ortega, con Steiner y con la Blackmore: "Daniel Smisek sube un cerro. No lo sube como un peruano que asciende a la cima del Apu, ni como un rey griego en el Monte Olimpo. Daniel sube como un pastor eslavo en los Urales, como un guerrero escita en el Cáucaso: Daniel no venera, no teme. Sube."

Impulsado por esto también estoy hojeando unos regalos que he recibido: Sophokles. Women of Trachis. A version by Ezra Pound, y Anábasis de Jenofonte.

Ismaíl Kadaré. Esquilo. Kadaré sigue a Vernant en asociar al espectro la función de la lápida funeraria, y de allí se da cuatro saltos mortales y establece una nueva teoría para el origen de la tragedia. Loco, pero atendible. Me gusta esta frase: "Hojear uno de sus textos supone una meditación más que una lectura, hasta el punto de que, en el transcurso de la misma, lo natural sería que el libro se mantuviese más tiempo cerrado que abierto". Así leo yo, cerrando libros; y jamás marco la página que cerré.

Marcel Detienne. Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica. Detienne es un atendible heredero de Vernant, ahora que el viejo ha muerto. Empecé por el capítulo 3, El Anciano del mar -donde enfrenta a Diano, en parte- y he pasado al 4, la Ambiguedad de la palabra.

Historia de la Familia, de Burguière, Klapisch-Zuber et al. He leido los prologos de Claude Lèvi Strauss y de Duby, y los capítulos sobre Prehistoria de la familia, Sumeria, Egipto y Grecia arcaica. Digamos, las primeras 200 páginas.

Y sin embargo, sigo siendo andino.

martes, 27 de mayo de 2008

¿(por) Qué estoy leyendo?

Es como si uno debiera disculparse por no leer novelas... Leo para divertirme y leo porque me divierte. Leo, principalmente, porque escribo, y tengo muchas preguntas que atañen a los temas sobre los que estoy escribiendo, preguntas que no me responde Wikipedia.

Este mes estoy averiguando acerca de cinco o seis temas: los glaciares, la expansion del Tawantinsuyo hacia el este, las bacterias, la tecnología precerámica, el periodo protominoico en el Mediterráneo oriental, la estructura de la narración contemporánea... Por lo general estos temas se asocian a las ficciones específicas que estoy escribiendo, pero no siempre la correspondencia es uno a uno. Por ejemplo, en una de mis novelas en trabajo hay bacterias (y aluminio, y un cuadro de Rembrandt) , mientras que en la otra hay hielo glaciar (y chicas anoréxicas, y machiguengas). De pronto se me ocurre el argumento para un cuento que tiene bacterias atrapadas en el hielo, y entonces una sola lectura sirve a varios propósitos. Postearé hoy lo que estoy leyendo sólo sobre dos de estos temas.

Novelística, narrativa, arte:

E.M. Cioran, El ocaso del pensamiento. No me está gustando mucho; veo a un Cioran blando y con un manejo del lenguaje inferior a lo que le conozco. Para contrastar, consulto al mismo tiempo sus opiniones sobre la novela en "Cartas sobre algunas aporías", que está en Adiós a la filosofía y otros textos.

Ortega y Gasset, La deshumanización del arte y otros ensayos de estética. Ortega escribe bien, y piensa con claridad. Me gusta leerlo, aunque sus ideas sobre estética están aquí algo fechadas.

Néstor García Canclini. Lectores, espectadores, internautas. Canclini no me gusta, desde que tratamos de contratarlo en el MED para un evento y se puso soberanamente engreído. Estoy buscando en este desordenado librito alguna intuición luminosa, algún dato sorprendente para que lo cite un personaje mío que no me cae bien. No encuentro nada aún.

Mario Vargas Llosa. La verdad de las mentiras. No había podido tenerlo antes y ahora estoy disfrutando sus tendenciosas interpretaciones. Hasta ahora he leido lo que dice sobre Mann, Conrad, Joyce, Hesse, Huxley, Camus y Orwell, entre los autores cuya obra comentada sí conozco, y algunas de las otras.

Umberto Eco. A paso de cangrejo. Una colección de conferencias y artículos. La mitad del libro es (muy culta) chismografía política italiana, que de vez en cuando logra ser divertida. El resto no tiene pierde, y su lucidez (espero) será contagiosa.

Incas, Antisuyo, conflictología andina:

Pedro Cieza de León. La crónica del Perú. Nunca leí cronistas en la universidad, y ahora me acuerdo por qué. Pero me paseo por los capítulos pertinentes a mi libro, a ver qué encuentro. Me gusta la descripción de la costa, legua a legua. Lo leo con el Google Earth abierto, a veces comparándolo con mapas y guías playeras.

Juan de Betanzos, Suma y narración de los Incas. Lo mismo digo, pero este es más entretenido y útil para mí, en las pocas páginas sobre Mango Inga y Sairi Túpac. La edición es también más agradable.

Pierre Verger, Fiestas y danzas en el Cuzco y en los Andes. Es un antiguo (1945) libro de fotografías comentadas por Luis E. Valcárcel. Los comentarios del fundador del andinismo son poéticos, prejuiciosos, anticientíficos, telúricos y además vienen en tres idiomas.

P. Andrés Ferrero, o. p.; Los Machiguengas, tribu selvática del sur-oriente peruano. Las fuerzas evangelizadoras hacen todo lo posible para que el buen padre Ferrero abandone el tino y la imparcialidad científica, pero felizmente no lo logran. Se deja leer. Estoy armando algo simpático con este material.

Griss, Perú insurgente, Perú emergente. Apuntes sobre 40 años de lucha armada. Un esperpento. Citas del Che, de Regis Debray y Franz Fanon, textos e interpretaciones heroicas de Javier Heraud, Hugo Blanco, Guillermo Lobatón... Abimael, Letts, Cerpa todojunto. Me sirve porque me ofrece para un personaje cierto peculiar lenguaje (el de un revolucionario no cínico) y una ceguera, la ceguera de la esperanza.

Comisión Andina de Juristas. Coca, cocaína y narcotráfico. Laberinto en los andes. Para el tema, es un libro viejo (1989). Como Secretario General de Interior he tenido acceso a mejor información, desde luego, pero me sirve el modo como Diego García Sayán la ha organizado aquí.

María Rosworowski. Historia del Tawantinsuyo. He leido la introducción y los capítulos sobre rentabilidad y modelo económico. Discreto, interesante, es como una pizarra en blanco sobre la cual dibujar ficciones.

María Rostworowski. Estructuras andinas del poder. Ideología religiosa y política. Entrevisté a la sra. R en 2006, lamentablemente, sin haber leido nada suyo -aparte de otras entrevistas. Me parece que debía corregir eso, en particular no estando de acuerdo con algunas cosas que me respondió entonces. Leo ahora el capítulo 3, diosas y parejas divinas, y el 6, La diarquía entre los Incas. Útil.

Jorge Bruce. Nos habíamos choleado tanto. Sí, estoy leyendo un best-seller. Bruce y Nugent y Twanama y Tanaka y sus títulos-variante-de-títulos-famosos. Yo inventé el mío: "El fin de la historia y el último cholo". Ya postearé el artículo.

Instituto Nacional de Cultura. Proyecto Qhapaq Ñan. Informe de campaña 2004. Me sirve el prólogo de Lumbreras, las noticias geográficas, los muchos mapas, las fotos de los túneles del camino inca.

Máximo Ccama Ttito, Alejandra Titto Tica, Abraham Valencia, Tatiana Valencia. Ritos de competición en los Andes. Luchas y contiendas en el Cuzco. Costumbres, armamento, insultos y canciones propias de los tupay (batallas rituales) de Chiaraje y Tocto. Utilísimo, pero ninguna tolerancia intercultural me permite callar mi indignación por la persistencia de sacrificios humanos en nuestro siglito veintiuno, realizados, además, en presencia de la Policía Nacional. De espanto.


Creo que debo explicar cómo leo esto que leo. Todos los libros que menciono están a la mano, retirados de la estantería. Hay media docena en el baño, otro poco en mi mesa de noche, un par en la mesa, algunos al lado de la computadora. Leo unos párrafos o unas páginas de cada uno, salto entre capítulos... rara vez alcanzo a leer más de diez páginas seguidas. Consulto al menos cinco libros diferentes en una mañana. Entre uno y otro, a menudo entre un párrafo y otro, tomo notas, bien en la computadora o directamente a mano en las márgenes de los manuscritos de mis proyectos. Muchas veces hago dibujos, diagramas, rostros, hasta smileys. Hago esto porque me resulta sumamente difícil leer de otra manera.

Sigo pronto con algunas de mis otras lecturas.

sábado, 17 de mayo de 2008

PARADOJA DE AQUILES Y LAS TORTUNINJAS

Escribí esto a máquina hace ya muchos años. Nunca antes tuve una versión electrónica, y ahora he logrado extraérsela al escáner. Alguna vez, en otros textos he jugado con referencias a cosas que se dicen aquí. Descubro en la relectura que antes aún (algunos cuentos de Un Único Desierto) jugaban ya con elementos que están desplegados aquí. Lo posteo ahora porque en el blog de Gustavo Faveron, PUENTE AÉREO, hay una discusión en la que estoy participando, que toca en parte las cuestiones que levanté aquí de manera tan incompetente, y que creo que este texto podrían ayudar a esclarecer, o emborronar, whatever.


PARADOJA DE AQUILES Y LAS TORTUNINJAS
Desventajas de una educación clásica

Kowabunga
(Donatello)

En esa apoteósica oda a los vidrios rotos que es Duro de Matar, el perverso terrorista centroeuropeo que va a destripar el Nakatomi Plaza, inclinado sobre una descomunal maqueta, recita: “Y vió Alejandro lo extenso de sus dominios, y al entender que no le quedaba nada por conquistar, , lloró”. Y añade con maligno orgullo: “Ventajas de una formación clásica”.

Ahora bien, ¿es aquella una ventaja, en realidad? Debería serlo, aún en esta época inclinada a las profesiones breves y técnicas; también es cierto que ha de ser imposible demostrarlo sin incurrir en una petitio principii. Por otro lado a fines del segundo milenio ya nadie puede estar seguro de nada. Por ejemplo, puede resultar que al adentramos en tal demostración acabemos descubriendo que, por el contrario, la educación clásica sea una suerte de tara apenas superable.

Para comprobarlo saltemos del Nakatomi Plaza a otro edificio, el sombrío Bradbury Building de la recientemente televisada Dead On Arrival (1952) de Rudolf Maté. Este pequeño clásico del cine negro hace un encantador estudio del tema de la carrera contra la muerte, que -con un par de lunares curiosos- es llevado allí hasta sus últimas consecuencias y sin concesión al happy end. La traducción española del título es literal e injusta: lo que refiere la sigla D.O.A. inscrita en los certificados de defunción en los países anglosajones corresponde con exactitud a nuestro “Llegó cadáver” pero por supuesto es tarde para romper con el culto a Muerto al Llegar.

Pues bien, cualquier mediano aficionado a la sub-literatura sabe que este mismo tema de ‘tener las horas contadas’ es interpretado para la ciencia-ficción por Phillip K. Dick en su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” Al momento de basarse en esta historia para el rodaje de la versión fílmica -Blade Runner- Ridley Scott elige nada menos que el Bradbury Building como escenario del drama final de los androides replicantes: el mismo edificio que termina de matar a Frank Bigelow, personaje central de Muerto al Llegar.

Hacer citas cinematográficas es un juego tan viejo como el cine. Algunos directores, como Francis Ford Coppola, se han hecho de una reputación en base a ellas. (Hace poco hemos visto al hombre invisible Chevy Chase aludiendo precisamente al inicio de D.O.A.) Pero el público que paga por ver Blade Runner en su mayor parte ignora el precedente histórico: la percepción generalizada de la presencia de aquella mole gótica en el filme es que en ella no hay cita alguna, o que lo del Edificio Bradbury es un velado homenaje a Ray Bradbury, el viejo poeta marciano, y no la sesuda alusión al cine negro que los entendidos ven o creen ver. Tal puede ser el caso; de cualquier modo ya Sócrates pronunció frases definitivas acerca de las opiniones generalizadas.

Los entendidos entienden más que el público-lector medio, es cierto: pero su ventaja nada decide. Siempre se quedan cortos. El caso es que nadie, por mucha erudición que tenga, puede estar seguro de haber leído un documento cultural cualquiera en todas sus exactas profundidades. Una formación clásica no basta, o bien la noción de lo clásico nunca es lo suficientemente amplia. Francis Ford Coppola hace negocio citando a Orson Welles, que citaba a Joseph Conrad, que reproducía una vieja leyenda siberiana cuya fuente desconocemos. Como resultado, en Apocalypse Now sobreviven en boca de Marlon Brando las palabras que hace mil años dijo algún cazador eslavo muy al norte de Moscú... Y la cadena de Blade Runner - D.O.A. tampoco se agota fácilmente. ¿Quién puede, en efecto, rastrear en el pasado todas las alusiones, intencionales o no, que constituyen la gran masa del Arte? La erudición insaciable, que impone esta tarea, constituye asimismo su principal estorbo al no saber cuándo detenerse. Para mostrarlo hurguemos en dos ejemplos, posibles sustratos del tema de Scott-Dick-Maté. Ambos tienen trampa.

En Blade Runner -cuya traducción aproximada tendría que ser “verdugo”: el que acciona la guillotina, salvándonos de un no intentado Corredor de cuchilla- el padre o creador de los androides y de quien en cierto modo dependen sus muertes, es un biólogo multimillonario y genial llamado J. Tyrrel. ¡Ajá! -dice el lector, ya suspicaz- ¿Veladas alusiones a una escudería de Fórmula Uno? Hay por lo menos una posibilidad más atractiva. Prácticamente en el centro del amenazador bodoque de las Obras Completas de William Shakespeare, más exactamente en Ricardo III (la de “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”) acto IV, escenas II y III, nos topamos con otro James Tyrrel. Este es encomendado por el todopoderoso Rey a asesinar a sus hijos, enemigos suyos encerrados en la Torre de Londres -otra ominosa arquitectura- y luego a dar información acerca de las circunstancias precisas de aquellas muertes. El Tyrrel del filme, por su parte, aparece en un extraordinario torreón futuro, y en una de las escenas es requerido por el líder de los androides por detalles de las inevitables muertes... las palabras que se emplean son casi las mismas; Phillip Dick no puede haber llegado a tal nombre por casualidad. Los entendidos añadirán que en Man in the High Castle, otra obra suya, hay mucho más claras alusiones a Macbeth, y nos harán ver cómo haría falta tragarse al menos un volumen de dos kilos de peso para entender la sub-literatura. Pero se equivocan, tal vez porque ellos tampoco la entienden.

Excavemos un poco más. Cualquier erudito conoce la breve y poco difundida obra del capitán DeForest Boslough. En The Covenant o’ the Silke, pieza escrita hacia 1746, el autor imagina a un caballero escocés al servicio de los Stuart, jefe de Clan para más señas, que ha perdido a una hija y el honor en un largo viaje de exploración por el Asia. Convertido en asesino e inmiscuido en los intereses expansionistas de Pedro el Grande, es acusado de piratería. Una patrulla conjunta ruso-inglesa se lanza a su búsqueda. Él sabe que será ahorcado en el momento en que caiga en poder de los odiados ingleses, quienes lo persiguen primero por el desierto y al fin por la estepa. Estupendamente solo, refugiado en un atalaya que ha convertido en lo que creyó un seguro cuartel de invierno, enfrenta con valor a sus captores y antes de ser colgado -ya ha muerto, lo sabe desde que vio puntos negros en el horizonte- les revela el misterio de la Ruta de la Seda. El personaje se llama Bradburrie; burlonamente, el militar que lo acechó se refiere a la torre fatal como a ye Bradburrie building. El nombre de este inglés es Jonathan Tyrrel.

Asombroso, en verdad. ¿Lo sabían los arquitectos del Bradbury Building real que aún yergue su férrea mole en Los Angeles? ¿Sabían que estaban añadiendo un eslabón a una cadena que se adentraría hasta el 2019 de Blade Runner y quién sabe hasta dónde más? ¿Y conocían Rouse y Green, autores del guión de D.O.A., la intrincada trama de coincidencias que estaban enlazando? ¿Es Phillip K. Dick un bromista erudito, al estilo de Montaigne, Chesterton o Borges? Uno termina preguntándose si ha entendido, en verdad, cualquiera de los dos filmes quien ignore a Shakespeare o a Boslough; siente que obviarlos es convertirse en un lector naif, superficial, primarioso.

Sostengo que no es así. El largo cuello de la erudición resulta fácil de estrangular en su propia curiosidad. Claro que es posible prestar atención a la referencia a Ricardo III para registrar los semitonos de Blade Runner: pero sin duda tal vena es débil y aprovecharía mejor la película quien la dejara de lado. En cuanto a la alusión al condenado Bradburrie, sólo se trata, como el propio Boslough, de un pobre ejercicio de mi fantasía. Forma parte de la realidad apenas como una conveniente insidia para incautos. No hace falta añadir que lo mismo es cierto para la realidad en su conjunto, que encierra con inusitada frecuencia coincidencias muy convenientes y atractivas relaciones que acuden con presteza al llamado del erudito.

La asimilación intelectual de un hecho cultural cualquiera ya no es lo que solía ser. Negada la posibilidad del uomo universale, que todo lo sabe, que ha leído todas las sub-literaturas y visto todas las películas, y ha encontrado citas a Cátulo (Lutacio, no Valerio) en una telellorona venezolana, queda abrir una revista o sentarse frente al televisor y ver lo que ha hecho el siglo XX con lo que antes se denominaba Cultura, con mayúsculas. Poco a poco, el incremento de la velocidad de intercambio de información ha hecho que las cosas que deben ser dichas por necesidad se construyan de modo ostensible con elementos preexistentes; el número de estos elementos, en disparatado crecimiento, los hace ya inevitables. En pocas décadas hemos progresado de la cita culta a la glosa y de la glosa al cacareo. Ya es imposible hablar sin citar; ¿qué será de los diálogos que hallamos en la cultura pop televisiva? Las líneas con las que Tom Mix retaba a los malos de seguro venían del Cid y son las mismas que emplean las Tortugas Ninja. Éstas han sido precedidas en su discipulado oriental por Kwai Chang, el Pequeño Saltamontes; en su agilidad y bonhomía por la memorable Tortuga D’Artagnan, y en su número y actitud por ése y los otros tres mosqueteros. A través de esta maraña (si seguimos al Umberto Eco de El Zen y Occidente) a la alucinada y correcta perspectiva de Zenón de Elea: veloces tortugas protagonizan paradojas destinadas a romper cosmogonías, tortugas ágiles que reaparecen en Esopo y tortugas fingidas que lloran (por nosotros, los alucinados) desde las páginas de Lewis Carroll.

Un niño aventajado con la formación clásica del siglo XIX todavía hubiera podido encontrar cierto orden en la madeja: pero la presencia de Donatello, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo, las paradójicas Tortuninjas, y su grito de guerra (Kowabunga!) acaba por perder al niño del fin del milenio, que no reconoce nada, que, ignorándolo todo, repite por allí a Aristóteles, cita a Marlowe a través de Calabazos y Dragones, a Conan Doyle vía El Inspector Truquini y reconoce, si acaso, viejos capítulos de Mr. Magoo en Edgar Allan Poe. No necesita más para convertirse en representante y transmisor de lo que será, simplemente, la cultura (con minúsculas) del siglo XXI.

Paradoja de Aquiles y las Tortuninjas: al fin del segundo milenio, mira el Hombre lo extenso de su Obra y ve cómo va nada nuevo tiene por inventar. Aquellos que pretendemos seguir divirtiéndonos aprendemos a mezclar. Pero a aquellos a quienes se les infligió una educación clásica, detenidos para siempre en la contemplación, sólo les queda llorar.


(1991)

Publicado en: "Un año con trece lunas: el cine visto por los poetas peruanos" (Óscar Limache, compilador; Colmillo Blanco, 1995) pp. 231-235.

lunes, 5 de mayo de 2008

Unauthorized autobiography

-Yo no sabía que esto iba a ser así.
-Setenta años.
-Probablemente. Yo había pronosticado sólo cincuenta...
-Sólo te faltan cuarenta y nueve, entonces.
-Me abrasará la sed.
-Eso te pasa por despeñarte tontamente en la cantera de la otra margen. Y no en cualquiera: en la más honda. ¿Puedo decirte algo?
-No seas imbécil.
-¡Buena! ¿A ver, otra?
-No seas imbécil.
-Esa no es otra, es la misma.
-Es otra. Fue reflexiva, muy diferente a la primera, que fue una interjección.
-Bueno. ¿Puedo decirte algo?
-No puedes. Si quieres inténtalo, pero descubrirás que no puedes.
-Ya veo. Quieres que diga determinadas cosas que no me da la gana de proclamar para tu servicio, no señor. Y entonces no me vas a dejar decir lo que sí quiero decir.
-Jódete. La censura vino alta hoy.
-¿Sabes lo que hizo ese Inmortal con la cuerda que le arrojaron? Se ahorcó.
-Claro. Supongo que no podía romperse el cuello ni asfixiarse, pero se le secaba la boca. Antes de que le prestaran un cuchillo pasaron setecientos años.
-Tu tarea no es ser ingenioso. Tu tarea es sangrar. Sangra, pues.
-No quiero. No tengo nada que decir. Estoy acostumbrado a que lo que digo modifique el universo. Pero el universo se rehúsa a ser modificado, se ha modificado ya todito, ha reaccionado a cada uno de mis decires, es ahora pura palabrería. Ya no hay manera de sorprenderlo con ni una sola palabra nueva. No reaccionará. Y yo no tengo, pues, nada que decir.
-¿Ves? Ya sangraste.
-No he sangrado ni un pincho. ¿Quieres ver sangre? Mira esto, pues. No tiene nada que ver con lo que sabes ni conelo qiuen dno danes ni diuieta con el color dell viento ni con lo que duna tarvde fuiste a la spartes rohas de la cabeza de la flor que los vascos trajeroan desed el horizonte roto del fin de cnatabria y tu no estabas du tu no estabas y tlo peror qes que ru no estaras porque este no era tu universo esra un desatrer, mami, era, aunque creas que es una cita no lo es, es una especi e de porteccionaon para estraplomos, es una cosa que debe estar allí spara cuando yo me caiga, es dos día sd e placer dsxual que no puedes alcanzar porque no usas tu de dos, tun so sabes lo que era ese culo, creerías que se parecia al tuto, pero si, ese era el jodido problema, tenía esa especie de piel que no lo es y cuya forntera solo se finje frontera y es en verdad la capa mas profunada es decir el volumen del placer y eso es bueno y eso es bueno. Eso en mio cabeza y sus labios secos y mis manos secas y tiza y brocas y tarugos y demadsias diámetro sin cubrir y entonces otra vez la generación equiz y sus espedientes secretos de la conchamadre, si de lo que se rtata es dekl que no haya conmimicación despues de todo y dqi que nkeiracd sureve comiuucniar nada carajos u sunadiuuyrnhdlsn disuns ekdnf t!

-...Así que después de todo eres un animal.
-Soy un animal que te gruñe desde su ADN, que tú no tienes, tú, hecha toda de memes, sin un carajo de materia protoplásmica en tu maldita virtualidad. No quiero hablarte. No quiero comunicarte nada. No espero que reacciones de maneras a o be a lo que digo, por eso poco importa lo que diga, lo que signifique lo que diga. Nada puede pasar.
-Nada puede pasar. ¿Vas a dejar de pensar por eso? ¿Vas a dejar que se te pudra la mitra?
-No es cosa de dejar o no dejar nada. Al Inmortal lo abrasaba la sed, ¿recuerdas? Se le secaba la boca. Yo... yo pensaré. Pensaré fundamentalmente; pensaré hasta el pánico, pensaré hasta la masturbación, pensaré hasta la escritura, pensaré hasta las lágrimas, pensaré hasta el asesinato, pensaré hasta la ignominia, pensaré hasta la esquina de enfrente, pensaré hasta la luna llena y pensaré hasta la calle vacía. Y entretanto tú no harás nada, como es tu ancestral costumbre, y nada más pasará porque ya ocurrió todo y lo que queda de mi pequeño cosmos es un despojo, un harapito querido que conserva mi mal olor. Que yo piense o no ya no afecta.
-Y que lo digas...
-Y que lo diga tampoco.
-No seas necio.
-No seas necia entonces. Mira éste, mi horror, mi nada. Nunca te he mostrado nada parecido.

Nada, entonces. Nada y nadie allá atrás. Eres la enorme boca que nunca ha dicho nada. Eres la enorme oreja del vacío. Eres aquello a lo que nunca he invocado, aquello que creí que no existía a pesar de haber nacido de ti, a pesar de haber reposado con la espalda contra ti durante tantos años. Y nada te he dicho nunca.

Quiero que me escuches ahora. Quiero que sepas que ya terminé de girar alrededor de las cosas, de vivir como si en realidad importase. He agotado las alegrías alrededor de la cotidianeidad ocupada y minuciosa, alrededor de las personas en quienes no creía, alrededor de las obligaciones -a ellas no les he dado espacio, ellas siguen vencidas.

Eres la enorme boca callada , entonces. Te he odiado siempre porque no he creído en ti. He creido que mi angustia era única cuando era universal; he proclamado que mi nada era especialísima cuando era la nada de todos los hombres.

He sido y siempre seré un animal y un esclavo de ser un animal.

Y tengo detrás de mí esa espantosa caverna que ha hospedado a todos los hombres, que está llena de cadáveres silentes, que se ha agotado de gritos porque todos ellos gritaron lo que yo grité treinta años, lo que yo, ahora que callo, escucho como un eco a mis espaldas. Y aunque sé que pudiera atribuírselo a mis ancestros putrefactos, me consta que en este caso es sólo mi eco en el vacío de su silencio.

Cuántas palabras inútiles. Oprimo las teclas selectas y ellas transfieren palabras al disco duro de esta máquina, al disco oscuro de esta máquina: tengo el monitor apagado, tengo el espíritu derrotado para todo lo que es visible, tengo una infinita grima en mi pecho y sólo puedo entonces reconocer a mi interlocutor, por primera vez, a mi silente, podrido, vacío interlocutor.

Y descubrir que a pesar de esa convicción -que reviste, o revistió, alguna calidad inteligente- sigo siendo sólo un animal.

Miro el monitor muerto. Nada hay en él sino quietud y espera. Ni siquiera sé si esto que escribo existe de alguna manera otra que la de ser una secuencia e teclas que oprimo y que nacieron siendo palabras en mi pecho dañado. Quizá los albergue una memoria que no sea la mía, una memoria esclava del silicio y de la ionización, como la mía lo es de las enzimas y del neuropéptido agente de mis emociones. No lo sé. Sí sé que estoy cansado de sólo pensarlo y decirlo, estoy cansado de hacer todo esto junto a la atrocidad de la boca, junto a la barbaridad de ser un animal y saberlo.

Yo no tenía límites y me llevaba continuamente más allá de ellos. Me hacía grande en la pena y vergonzoso en la comedia diaria. Daba pena a otros y me regocijaba; provocaba verguenzas y me enorgullecía; bajamente reclamaba cariño y al obtenerlo lo describía como limosna, escarnecía a quienes me lo daban, agradecía a quienes me lo negaban y partía mis puños contra la pared.

Ahora he crecido. He crecido hacia este descubrimiento huero y animal que mi vanidad no creía posible. Yo era algún tipo de ser poco común. Ahora soy el más poco común de todos los seres porque estoy de espaldas a la caverna que los ha devorado a todos, soy todos, soy un mono ante la muerte, son un alga unicelular disponiendo su membrana y definiendo el universo, sólo para descubrir que ella es bastante más verde y bastante más inviable que el universo que se la traga tres segundos más tarde.

Así: no importa y sí importaba. Se nos achicó la vida de repente y tuvimos que refugiarnos en lo endocrino. Se nos contaminó el aire infantil y aprendimos arespirar monóxido de carbono. Se nos acabó la poética de la muerte y aprendimos a morirnos. Se nos oxidó el heroísmo en la segura repetición de cuatro hazañas rutinarias. Y alrededor, el universo había cogido un lindo incendio.

El monitor me espía, lleno de sospechas. Quiere saber por qué no lo activo, por qué no lo convoco a mi texto. No sabe que esto no es un texto, no sabe que es una sucesión de letras que atomiza mi dolor, no sabe que su destino no es que él las haga brillar contra el fósforo blanco de su matriz de píxeles felices, sino ese silencio importante y ominoso que se parece tanto a una playa llena de gente, al jirón de la Unión, a Polvos Azules. Ese silencio multitudinario me está leyendo ahora y el monitor es superfluo, porque yo, por fin, ya soy un hombrecito.


-¿Qué te duele tanto, ah?
-El cuerpo humano, probablemente. No lo sé.


* * *