miércoles, 24 de octubre de 2007

Rigor vitae

Seguiré, entonces. No estoy dispuesto tampoco a represar el poco tino reflexivo que me queda, a obligarlo a extinguirse en función de una monomanía: la monomanía de no estar, de irse. De modo que hago esto que no sé hacer, haciendo esto otro que sé hacer tan bien: fingir que trabajo. Ya me ha pasado.

Y sin embargo ese andar sobre el filo de los fracasos ahora se troca directamente en rebanarse grandes trozos de cuerpo en cada caída, en matarse verdaderamente de a pocos, en quedar cada vez más maltrecho, hasta que por fin algo pase, hasta que por fin el desastre sea tan grande como para poder reanimar la posibilidad de argumentar en contra.

En contra de la vida: ya se ha hecho. En contra de su inopinada extensión, ya se ha hecho. En contra de su impostura, no tanto pero también. En contra de las meras ganas de recorrerla, poco, en verdad. Pero la vida se defiende sola: toda ella es wishful thinking.

Me pregunto por el rigor: me pregunto si alguna vez volveré a usar esta palabra sin envidia. ¿Qué hay en el rigor que me resulta inalcanzable? Esta distancia ha gobernado mi vida. La perfección destruyó mis ganas de alcanzarla; lograr algo menos que la perfección siempre me pareció desmotivador, y el resultado de cuarenta años de esta convicción tóxica he sido yo: tal cual soy ahora.

Mientras escribo

, y soledad.

Como si después hubiera algo que pudiera valer la pena decir, hacer, acompañar.

Como si los segmentos y las frases pudieran algún día componer una reflexión original y válida acerca del mundo.

Como si: pero en verdad, no.

Como haber perdido no sólo la atención sino las ganas de la atención. Ya no es un problema de capacidades. Está más atrás, en el cerebelo.

Como durar otro día, dejar pasar estos cinco minutos y así hasta que llegue 2028.

Como durar. ¿Para qué durar? Es el continente extenso de algo que ya no recuerdo, la saturación de una vida impune. Los días pueden y merecen ser dejados desiertos.

Hay en esto un afán vindicatorio que sospecho, pero no termino de reconocer. Es como un haberse rendido, como un haber perdido una fe religiosa, salvo que no recuerdo qué era aquello que defendía, qué fue aquello que creí. Luego hay una capa de resentimiento desplegada sobre ese distante misterio. Es como si sintiera que me debieran algo, pero menos: es como si los culpara de algo (no sé a quién ni de qué: esta es la herencia kafkiana que los protagonistas del siglo veinte se han echado sobre las flacas espaldas).

Y entonces esa vindicación: ese resentimiento y esa torpe venganza que lo ilustra, compuesta de la certeza de que ya no quiero jugar el juego; la promesa, el juramento de que ya no lo jugaré. Certezas y amenazas arrojadas a los rostros de los otros. Sólo que no hay nadie allí, incluso las máscaras ya se fueron, están en otro sitio precisamente jugando al juego de las máscaras.

Y entonces sólo estas palabras para el alivio. Para las deudas del tiempo. Para el escalofrío. Sólo estas palabras y la tranquila certeza de que son privadas, regresivas, redondas en su pequeño silencio. Estas palabras feraces que ya nadie usa, quizá porque para qué.

Me pregunto por qué caminos llega uno a esto. Me pregunto si es un genuino callejón sin salida, o si quizás estoy en la pista de algo potente, inexplicable. Me pregunto (no he conocido otra noche que la de Getsemaní) si aquello inexplicable e inimaginable valdrá acaso la pena.

Notas para una cena con escritores

Hace años dejé de ser un lector frecuente: soy, más bien un lector que zappea en la no-ficción. No leo “libros”: busco ideas, aspectos desconocidos de algo que me da curiosidad. Cada vez menos cosas me dan curiosidad. Sobreviven como temas cosas como la evolución, la naturaleza del pensamiento, las aglomeraciones fibrosas de galaxias, la ilusión del yo, la decadencia de los imperios, la gravitación, la arquitectura de grandes edificios, el origen más arcaico de la tecnología, el opaco futuro de la exploración espacial, y los lagos subglaciares antárticos.

No me interesa la literatura. No sé qué hacen los escritores con / en sus libros. A duras penas sé lo que hago yo con los míos. Nunca había oído hablar de los anteriores diez premios Nóbel de literatura, y probablemente no los lea nunca.

No tengo esperanzas ni ganas de prestarle demasiada atención a los seres humanos. Comprenderlos, aquilatar la complejidad de sus emociones, afinar las herramientas para transmitir sus pasiones vitales, me resulta inalcanzable. Quizá en algún momento me propuse hacerlo. No, en ningún momento, que yo recuerde.

Todo esto no me produce otra cosa que alivio.

martes, 16 de octubre de 2007

Otro significado de asco

La entrada anterior nos lleva a Ygramul, the Many --en Wiki: she is an intelligent being consisting of a swarm of many wasp-like insects, a character in the novel The Neverending Story written by Michael Ende. Por tanto el nombre del organismo, en lengua aborigen amazónica, significa Muchas. La picadura de Ygramul es mortal, pero durante la agonía la víctima es capaz de teletrasportarse a cualquier lugar que desee. Como esa enfermedad, condiciona / posibilita un nuevo locus para la existencia.

Dada su extraña naturaleza, un liquen (algas en simbiosis con un hongo) parece una posibilidad atractiva para esta protagonista. Podría ser efectivo –y muy animado- reemplazar al alga por un celenterado, él mismo un colectivo de células asociadas. Otra posibilidad asquerosa son las varias familias de Slime molds como el laberintomyceto, o el clubroot que afecta a los bulbos (Wiki: The vegetative form is a multinucleate cell, called a plasmodium). Nótese que un ‘asco’ es una de las organelas de un liquen.

Sára sigue esta historia por los medios de prensa. Empieza a atar cabos, sabe que el parásito vino contrabandeado por su hijo, ese hijo suyo que ha contrabandeado antes otras cosas.

Ygramul

El Pequeño Rembrandt es una novela que discute la posibilidad (la cuestionada realidad) de los individuos unitarios. En ese sentido se dedica a explorar la conformación de 1) entes regularmente considerados individuales, sea por sí mismos o por otros, para centrarse en su identidad en el tiempo y su frontera con los “demás”; y 2) entes considerados regularmente parte de colectivos, organismos o grupos en ausencia de los cuales no comportan existencias cabalmente funcionales, también para contemplar su duración continuada y cuán rala –eventualmente, cuán irreal- es su frontera con el resto del colectivo.

Había, en una de las versiones, un organismo muy primitivo –un moho, un celentéreo- que, como parásito de uno de los envíos ilegales de especies exóticas sudamericanas que hace Harry, escapa de una laguna contaminada por un polímero, uno de los meandros abandonados del río Heath, e invade el Lago Balatón en Pannonia. Anoche soñé el mecanismo de escape, que lo vincula con otros escapes de Sára. Tiene que ver, otra vez, con la indeterminación cuántica, que hace que por la intromisión de un electrón en un tonto átomo de carbono el organismo haga algo para lo cual no está programado en su ADN; no es un parásito pero empieza a comportarse como tal, e invade a un huésped que antes no lo era.

Sára se comporta análogamente, quizá por las mismas razones.

Para armar el organismo primitivo, revisar en Wikipedia: Last universal ancestor (LUA), also LUCA (last universal common ancestor), is the hypothetical latest living organism from which all currently living organisms descend. As such, it is the most recent common ancestor of the set of all currently living organisms. It is estimated to have lived some 3.6 to 4.1 billion years ago.

Es decir, dar el pie para una discusión acerca de que la división (la confusión) entre individuos y colectivos, y sus conductas implicadas, data del origen mismo de la vida. Lo importante es la noción de que este es un organismo enfermo: tiene un parásito, y ese parásito le plantea una simbiosis sólo posible si se enferma. La aceptación de la enfermedad constituye una nueva especie.

Sára se comporta análogamente.

Subir hacia estar solo

Le envié esto a Diego Fernández y a Enrique Vila-Matas.

“Antes subía por las escaleras para hacer ejercicio. Esta era una actividad solitaria –todos van por el ascensor- pero a cambio de esto me mantenía fuerte y activo. Descubrí que mis diferencias con los otros fueron aumentando. También descubrí que esto me gustaba. Ahora subo por las escaleras porque gano un minuto más de soledad, sesenta segundos más cada día en los que no tengo que hablar con nadie. Ya no me importa si esto me mantiene fuerte, ni activo”.

-Si pes –respondió Diego- la soledad es bacan porque la puedes abandonar cuando quieras y siempre va a estar